Política

La 4T y la asquerosa otredad

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En la liza política los opositores suelen ser vistos como víctimas del extravío ideológico. No es el caso de la 4T, en la que se les ve como corruptos y apátridas. Se les degrada en su estatus ético y se les despoja de su identidad nacional. Así decretó Andrés Manuel López Obrador la marginalidad de quienes no se sumaron a su “transformación”, mediante la inelegibilidad que dan los estigmas de corrupción y traición a la patria. Para él, un movimiento que posee la verdad y la virtud absolutas solo puede rechazarse por pérdida de privilegios y en defensa de los intereses más deleznables. Lo de hoy es secuela. Si la otredad representa semejantes especímenes, ¿cómo se le va a invitar a una comisión para elaborar la reforma electoral? ¡Por Dios!

Esa es la moralización del profeta, claro está. A los operadores mundanos les bastan las razones del poder. Relegan a los otros de la reforma porque van a diseñar leyes e instituciones para segregarlos y, en última instancia, porque pueden. Ahora que, ya entrados en gastos, no tienen inconveniente en echar mano del ideario del populismo fundacional. Mariano Otero hablaba del acuerdo en lo fundamental porque México no había llegado a la tierra prometida, pero ya no tiene caso buscar consensos. Las Tablas de la Ley han sido entregadas a los mexicanos y se les ha conducido al paraíso terrenal, donde no existen las contradicciones. Los mexicanos verdaderos, se entiende, los que abrazan la cosmovisión prehispánica y la perennidad y preponderancia de los pobres. Sí, suena mejor hablar de superioridad moral: no se margina a la otredad por afán de perpetuidad sino por asco.

La reforma electoral que perfila el gobierno de Claudia Sheinbaum es, en efecto, una extrapolación del credo obradorista. Hay que garantizar la mayoría eterna, buscar la forma de que los otros no salgan nunca del basurero de la historia. Sí, conviene disimular un poco, pero nada más. Que se hagan foros para que se desahoguen los “conservas” y para que no se tache a la 4T de autoritaria. Total, la ruta está trazada y no quedarán resquicios para que se cuele una visión distinta de México y de la justicia. Les tocarán migajas, podrán tener unas cuantas curules para que el régimen apunte al pensamiento único sin parecer totalitario. Y que se den por bien servidos.

Nosotros no somos autoritarios, dicen, solo visualizamos la democracia de una manera distinta. Pues sí, tan distinta que en nada se le parece. Lo de los cuatroteros es la dictablanda del proletariado y su aversión a la pluralidad. Toleran las críticas de los infieles siempre y cuando no hagan mella en su base social, que ya salió de la alienación y encontró la ideología verdadera. Que accedan marginalmente al poder o, mejor dicho, que lleguen al Legislativo sin derecho a legislar. Democratizar, según el “humanismo mexicano”, es excluir de las decisiones importantes a esos seres éticamente deformes, excrecencias de otredad traicionera según san Andrés. Y es que disentir de la 4T no es una equivocación: es una desviación morfológica. ¿Quién quiere acuerdos con parias asquerosos?

A eso pueden llamarle como quieran, menos democracia. En el México de la 4T no manda el pueblo, como se constató en la elección judicial: manda una camarilla sectaria, revanchista y excluyente. 


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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