Política

Contra su poder duro, nuestro poder suave

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Me asombra la minuciosidad de los futurólogos. Ahora que Donald Trump pisotea el orden internacional llueven profecías que detallan el fin de la globalización e, incluso, un nuevo mapamundi. Pero los agoreros asumen la existencia de planes y estrategias inexistentes en el vértice del poder.

Lo he dicho muchas veces: la de Trump no es una mente estratégica sino táctica. No ve más allá de la coyuntura, se mueve por intuición, actúa por impulsos. No tiene un proyecto meta global para reordenar el mundo; tiene filias y fobias y un instinto depredador. Por eso solo pueden prepararse escenarios de prospectiva con base en la mezcla de sus pulsiones, los intereses estadounidenses y las reacciones de sus viejos o nuevos adversarios. Es la era de la post racionalidad. MAGA pronosticaba que su líder rechazaría aventuras bélicas y ya bombardeó Irán, se allanó ante los ataques de Rusia a Ucrania y permitió los crímenes de guerra de Netanyahu en Gaza. Otros vaticinaban que sus aranceles no perdurarían y ahí siguen.

Algo similar puede decirse de los desencuentros entre Estados Unidos y México. Donald Trump no nos quiere y sabe que no es rentable vender como aliado al chivo expiatorio por antonomasia, al país al que su base social acusa de llevarse los empleos de los obreros del Rust Belt y del cual proviene la mayor parte de la migración y de la droga. Sí, hay en sus agencias de seguridad y en su Congreso quienes preferirían no alienar al gobierno mexicano y priorizan la colaboración con el propósito de no propiciar radicalización o ingobernabilidad, pero son más los que saben de la inveterada corrupción de México y desconfían de sus autoridades, a las que ven como socias o empleadas de los cárteles. Quizá sea esta la única coincidencia entre los actores de ese establishment, donde campean las discrepancias: la desconfianza hacia su vecino del sur. Y qué decir de Trump, quien desconfía de su sombra y a menudo discrepa de sí mismo. En tales circunstancias, y a la luz de la agresiva unilateralidad con que esta Casa Blanca suele abordar diferendos —deudas de agua, gusano barrenador, lavado de dinero—, prever una relación bilateral armónica es asaz aventurado, por decir lo menos.

Mi conclusión es que la 4T no debe perder demasiado tiempo en persuadir a Donald Trump de las bondades del T-MEC. Lo que a mi juicio debe hacer es, lo reitero, cabildear con empresarios y hablarle a la población estadounidense. El actor Diego Luna, quien la semana pasada fue anfitrión del popular programa televisivo de Jimmy Kimmel, mostró el camino. Sus monólogos en defensa de los migrantes mexicanos y a favor de la interculturalidad tuvieron amplia repercusión allá y, aunque sus críticas al trumpismo pueden haber sido excesivas para algunos independientes, probaron la potencia del soft power en la opinión pública. Si Trump lo desprecia y lo deprecia porque solo cree en el poder duro —véase lo que hace con Usaid y con Hollywood—, peor para él. Nosotros debemos aprovecharlo. Piénsese lo que se piense de Diego y de Kimmel, hay que reconocer que ambos hicieron un gran servicio a México. Nuestro gobierno debería buscarle por ahí. Es más útil tocar las fibras sensibles de los votantes que racionalizar ante un señor que entiende de presiones, no de razones.


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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