Este domingo es nuestra jornada electoral. Mucho se ha especulado acerca del resultado de estas elecciones y muy poco se ha proyectado la afluencia de electores a las urnas. La participación es muy importante no solo porque impacta las probabilidades de triunfo —el abstencionismo suele beneficiar al statu quo— sino sobre todo porque refleja la salud democrática de un país. Sabemos que en 2012 y en 2018 los presidentes de México fueron electos apenas con 63 por ciento del padrón, pero no tenemos proyecciones confiables para 2024.
Si tienes una preferencia definida, si ya decidiste tu voto, te conviene votar para contribuir a la victoria de tu proyecto. Y si estás indeciso lo mejor que puedes hacer es tomarte un tiempo para decidir. Te exhorto, en cualquier caso, a ejercer tu derecho y cumplir con tu deber ciudadano. En efecto, además de ser nuestra prerrogativa, es nuestra obligación manifestar nuestra voluntad en la boleta. Aquí no hay sanción legal para quienes no lo hacen, como en otros países, pero sí existe el castigo implícito: otros deciden y tú pagas las consecuencias. Abstenernos de votar es renunciar a la posibilidad de gobernarnos.
Es preocupante que seamos tan pocos los mexicanos que acudimos a las casillas en elecciones presidenciales, pese a ser las que más interés suscitan. Quizá personas de mi generación se ausenten por inercia, porque en el siglo pasado el sufragio no era efectivo, pero todos hemos comprobado ya que nuestro voto cuenta y puede quitarnos de encima un mal gobierno, como ha ocurrido en las tres alternancias de los últimos 24 años. Ahora bien, a los abstencionistas y “anulistas” que quieren escarmentar a la partidocracia les recuerdo que con la actual legislación su rebelión es inútil. Hay iniciativas para hacer que la abstención y el voto nulo se contabilicen y reduzcan el subsidio a los partidos —yo presenté una de ellas— pero no han sido aprobadas en el Congreso. No votar, hoy por hoy, fortalece el orden partidocrático.
Me temo que el problema es más profundo. Según el Latinobarómetro de 2023, seis de cada diez mexicanos están poco o nada satisfechos con el funcionamiento del sistema democrático y el 33 por ciento de la población —el porcentaje más alto en América Latina— se inclina al autoritarismo. Cuidado: los defectos de la democracia se corrigen con más democracia, no con caudillismos que convierten al ciudadano en vasallo. Convenzamos especialmente a los jóvenes, a menudo renuentes a votar, de la gran importancia de la participación democrática y del control de nuestros gobernantes vía rendición de cuentas y contrapesos. He aquí nuestra asignatura pedagógica pendiente: no todo se resuelve con democracia, claramente, pero sin ella todo se echa a perder.
Yo votaré por Xóchitl Gálvez porque estoy convencido de que es lo mejor para México. Es una demócrata que plantea la reconciliación ante el discurso de odio y los equilibrios democráticos ante la amenaza de un nuevo Maximato, y es la verdadera opción opositora, la única que puede derrotar a la 4T. Sí, Xóchitl encarna la 4A, la cuarta alternancia. Pero si tú tienes otra preferencia, también vota. Votar es decir que tu país te importa, que no vas a permitir que otros decidan por ti, que quieres fijar el rumbo y no seguir el que te ordenen.
¡A votar el domingo!