A Héctor de Mauleón
Adolfo López Mateos solía instruir a Fernando Gamboa: “Tu y las exposiciones van primero adonde yo voy después”. Según me contó el museógrafo en una entrevista, México seguía la experiencia francesa: la cultura va por delante y luego llegan los negociadores. Dio ejemplos: en una exposición de arte que montó en París en 1962 se obtuvieron los créditos para hacer el Metro de la Ciudad de México…
En esa tradición, el 24 de junio pasado se inauguró en Ottawa la muestra Tamayo, un solitario modernista mexicano, organizada por el INBA, la SRE y la Galería Nacional de Canadá, donde se exhibe la obra del maestro oaxaqueño en el contexto de la Cumbre de Líderes de Norteamérica que se lleva a cabo en la capital canadiense.
Una muestra de arte provoca un ambiente de respeto y confianza por el país, decía Gamboa. Y vaya que México lo necesita, porque mientras se terminaban de colgar las 18 pinturas de gran formato y las 12 litografías del maestro Tamayo en Canadá, los enfrentamientos entre la CNTE y la policía en Nochixtlán, Oaxaca, provocaban la muerte de diez personas, herían a 100 más y el reportero Elpidio Ramos caía asesinado por cumplir con su trabajo.
Hoy que Oaxaca arde recuerdo las palabras de Tamayo en una entrevista que le hice en 1983 para el unomásuno: “Ya es hora de que se dé un cambio en México. Así lo indica la situación no solo en el país sino en todo el mundo. Todos tenemos derecho a la vida y a la repartición justa de los bienes (...) Ya es hora de que haya educación para todos. La injusticia, el hambre y la corrupción deben desaparecer”.
El pintor que hacía cantar al color y le daba voz libre a las más profundas raíces de su cultura para que dialogaran en armonía “con el ímpetu más refinado de la pintura contemporánea”, como escribió Cardoza y Aragón; el artista que se rebeló contra la oficialización del arte mural nacionalista; el maestro que alentó la pintura en Oaxaca y apoyó a Toledo y a Sergio Hernández (recientemente amenazados por defender el Cerro del Fortín en Oaxaca), cumple 25 años de ausencia. Y está más vivo que nunca, con su obra, con el museo de arte prehispánico que regaló a Oaxaca y el de arte contemporáneo que donó a la Ciudad de México en Chapultepec.
Devolverle al Museo Tamayo, como se anunció estos días, una sala permanente con piezas del maestro y otra con la colección de arte internacional que donó (embodegada desde 2008), es hacerle justicia al pintor. Falta la educación de calidad para todos, la erradicación del hambre y la corrupción… el México justo al que aspiraba. Y eso está tan a la vista del mundo como la grandeza de su obra.