A Gregorio Luke
Decía la coreógrafa Martha Graham: "No creo que un bailarín, un verdadero bailarín (y siento que he sido una verdadera bailarina), jamás escoja serlo. Creo que uno está predestinado porque posee algo extraño en el cuerpo. Recientemente toqué el tema con un pediatra y me dijo que las reacciones nerviosas de un bailarín son totalmente distintas a las de aquellos que no bailan. Hay algo en el bailarín desde que es pequeño. Toda su razón de ser, sus motivaciones, se esfuerzan para proyectar un panorama oculto. Aunque no esté consciente de ello existen el deseo, la necesidad, el hambre de absorber la vida".
Pienso en Gloria Contreras cuando releo aquellas líneas. Y también recuerdo el concepto de Ted Shawn, otro gran coreógrafo, quien sostenía que en el momento en que un verdadero artista pone un pie en el escenario, ya sea de cemento, de duela o de ladrillo, éste se vuelve un espacio sagrado. Igual me viene a memoria el episodio que narra Paul Auster en Diario de invierno. Llevaba tiempo sin escribir, con un bloqueo creativo inexplicable cuando un grupo de bailarines que ensayaban una nueva coreografía lo salvaron. Fue una noche de diciembre de 1978 cuando experimentó "el fulgurante y epifánico momento de claridad" que le abrió paso por una grieta del universo y le permitió empezar de nuevo. Algo lo transportó a un lugar inexplorado de su interior y poco a poco sintió que algo se elevaba por dentro, un júbilo, una alegría física y espiritual que lo llevaron a escribir Espacios en blanco, un puente, dice, hacia todo lo que ha escrito a lo largo de los años.
Y es que en todo eso reconozco la experiencia vivida en la sala Miguel Covarrubias durante las funciones del Taller Coreográfico de la UNAM que fundó y dirigió Gloria Contreras durante 45 años hasta el día de su muerte, el miércoles 25 de noviembre. La maestra ponía un pie en el escenario y algo eléctrico se apoderaba del lugar mientras se dirigía al público. Uno salía de ahí con la energía renovada, con el alma encendida. ¿A cuántas generaciones formó? Además de bailarines y coreógrafos creó audiencias para la danza y para la belleza, cada semana sembró una nueva sensibilidad en los jóvenes que acudían a sus funciones. Cuánta entrega y cuánta pasión en esta mujer que, a los 81 años, deseaba seguir creando después de 240 coreografías y que estrenó una de sus últimas piezas, La sonámbula, con música de Chopin, el domingo pasado, cuatro días después de su viaje al misterio.
Cayó el telón de su vida, pero la ovación a Gloria Contreras es infinita.