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Viajes

Aquellos audaces viajeros medievales regresaron con un montón de historias increíbles, con objetos preciosos, de visiones y ensoñaciones fantásticas...

Desde hace unas semanas he estado leyendo recuentos de viajeros medievales. Por supuesto que el primer nombre que nos asalta es el de Marco Polo, seguido por Ibn Battuta, Zheng He y otros más no menos notables. Y es que hablar de viajero –que no explorador, ya que dicho término es más adecuado a los protagonistas del siglo 18 y especialmente del 19– medieval, uno no puede más que percibir esta mezcolanza perfecta entre un intento de auténtica y genuina narrativa objetiva (lo más cercano que tenemos hoy de un acercamiento histórico), prejuicios religiosos y culturales propios de la época, el conocimiento científico que se tenía al momento, las leyendas que llegaban de lejos, producto de las inflamaciones de la imaginación –poderosas ellas– y las condiciones constantemente cambiantes del viaje, que hacían que aquellas travesías fueran impredecibles. Todo esto prefigura la percepción y la idea de aquellos viajeros sobre los sitios que van descubriendo.

Navegar por mares tormentosos, atravesar hostiles desiertos, luchar contra hordas de bandidos, ser apresados por caciques, tener que establecer relaciones diplomáticas con culturas de las cuales se sabe poco o nada, intentar comunicarse con ellos de manera efectiva, sortear valles y montañas con temperaturas extremas, ser atacados por bestias e insectos ponzoñosos, experimentar hambre y enfermedades, ser testigos de costumbres para ellos barbáricas y contrarias a su fe, estar a la deriva de no saber dónde se encuentran o a dónde se dirigen y solo rezar para estar en el camino correcto y, finalmente, pasar años en tales empresas y saber que hay una buena probabilidad de morir en el camino y no ver nunca más la patria de origen.

La curiosidad siempre nos ha motivado a buscar nuevos caminos.

Aquellos audaces viajeros medievales regresaron con un montón de historias increíbles, con objetos preciosos, de visiones y ensoñaciones fantásticas y recuerdos tergiversados, y con todo ello construyeron un cuerpo narrativo asombroso, épico. Esto era necesario: excitó no solo la curiosidad de las personas, sino su capacidad para construir una realidad basada en este caleidoscopio propio de su época.

Ya no se trata aquí dónde se rompen las líneas entre la fantasía, la objetividad, los prejuicios y preconcepciones religiosas, morales, culturales, sino en establecer justamente lo contrario: en qué momento comienzan a entrelazarse para crear esta visión del mundo tan particular, tan rica y, sobre todo, tan reveladora y endemoniadamente entretenida. Y aquí precisamente es donde cabe preguntar si estos recuentos son, ya desde nuestra perspectiva, literatura. Recuerdo que Carlos Fuentes declaró que La verdadera historia de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, era nuestra primera gran novela. Y es que con esos documentos no se puede saber toda la verdad. Primero porque muchos fueron dictados a un escribiente, como en el caso de Marco Polo y del mismo Bernal Díaz, ya octogenario. Y segundo porque tanto la memoria del narrador como las añadiduras y conjeturas tanto del escribiente como de los editores crean una obra en buena parte distorsionada, a ratos inverosímil. Mire, lo que se reportaba en aquellos tiempos no era solamente lo vivido, sino lo imaginado. Y la imaginación servía para adornar y exaltar lo vivido, era parte esencial del relato.

La idea de viajar, de descubrir, es quizá mirar al mundo con los mismos ojos, pero con vistas a encontrar algo distinto. Pero también queremos encontrar algo que nos observe. No viajamos para descubrir, sino para ser descubiertos, vistos desde un ángulo imposible o insospechado para nosotros. El viaje físico, la odisea geográfica, está siempre catalizado por las ansias de un autodescubrimiento. Porque, como reza el antiguo proverbio: “El ojo es ojo no porque tú lo veas, sino porque te ve”.

Estos recuentos son tremendamente entretenidos; siento que eso nos falta hoy. Nuestras narrativas se han vuelto demasiado objetivas. Y allí no hay nada que explorar ni descubrir.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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