Cultura

Rayitas

Tengo esta fascinación por la escritura asémica. Es aquella que no tiene significado pero que, al final, logra comunicar algo. Me ha parecido que se asemeja de algún modo a la glosolalia; ambas poseen un ímpetu impulsivo, irracional, enérgico. Son expresiones por y para sí mismas.

En un punto la escritura asémica puede ser considerada una forma de arte. Hice un experimento: imprimí en hojas de acrílico transparentes distintos tipos de escritura y las superpuse. El resultado: una especie de torre de Babel.

Hay escrituras hermosas, fluidas y naturales, como la árabe. Exaltan el espíritu. Otras, más geométricas y precisas, emulan y atrapan las formas de la naturaleza.

En la primaria nos ponían a ensayar la letra cursiva en cuadernos especiales. Hacíamos rayitas, bolitas y círculos que se sucedían, formando espirales que de pronto se transformaban es un torbellino cuya energía era tal que parecía querer salir del cuaderno e incorporarse a los fenómenos atmosféricos. Cuando contemplo algunas obras de Cy Twombly regreso a esas primeras clases de caligrafía.

Lo escrito contiene mucho más que lenguaje hablado. Las palabras son quizá el último reducto de lo que ese montón de rayitas, bolitas y virutas intenta comunicar. Uno puede captar tensión, soltura, nerviosismo o prisa en un manuscrito. Existe una disciplina que interpreta los escritos e intenta elaborar perfiles psicológicos a partir de ellos. Ahora mismo me encuentro en la cama, bebiendo café y escribiendo este texto. Es domingo. Mi caligrafía refleja fielmente mi estado de ánimo. En cambio, hay días en que estoy estresado y la letra aparece sucia, revolcada, como si la hubieran pateado y electrocutado.

¿Cómo empezamos a pintar rayitas y en qué momento se transformaron en letras? Proyectar nuestro aliento, nuestros ruidos, suspiros y murmullos en símbolos y estructuras con una forma constante ha de haber sido una tarea monumental de cientos de miles de años de desarrollo.

Antes de la imprenta, el lenguaje escrito ya había alcanzado niveles de expresión artística maravillosos. En un punto la escritura era indistinguible de una pintura, un bajorrelieve. La letra mecanizada añadió otro elemento estético y, además, permitió una lectura más continua y pareja, obligando al cerebro a concentrarse más en el significado de los escritos. Quizá por esto pudimos desarrollar un pensamiento más profundo, como el filosófico.

Hace poco me hice de una máquina de escribir. Es una imprenta personal y portátil. Al escribir en ella me doy cuenta que una nueva función ha sido incorporada al fenómeno de la escritura: sonido. Escribir a mano produce un relajante siseo que nos reconforta, pero el estrépito de una tecla percutida anuncia de manera violenta que se está produciendo escritura. Las palabras nacen de breves chasquidos y se proyectan de manera contundente sobre el papel en una explosión precisa de tinta. Brutal.

Claro que leer un manuscrito ilustrado genera una experiencia más completa y compleja. Pues no solo es el significado de las palabras, sino la parte estética. Y cuando se combinan ambas se abren puertas que conducen a mundos sensoriales maravillosos, luminosa experiencia que ha de revelar verdades ocultas, latentes, pequeños estallidos de la imaginación.

Quizá las palabras ya existan por sí mismas o hayan sido inventadas tal vez por alguna deidad o, como las moléculas primigenias que generaron vida en nuestro planeta, fueron arrejuntándose y ensayándose hasta formar estos extraños códigos con los cuales podemos nombrarnos a nosotros mismos y al mundo. Y tal vez nosotros no seamos más que catalizadores que las hacen evidentes. Puede que sean, como descubrieron los antiguos griegos, “deidades momentáneas” que estén intentando, desde hace siglos, decirnos algo importante. Aún no lo descubrimos.

Adrián Herrera

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