Cultura

Puntos

Imagínate.tener.que.leer.tres.cuartillas.completas.así.con.puntos
.después.de.cada.palabra.coño.

Pues así fue como Simario me entregó el reporte del mes. ¿Por qué mierda lo hace? Averigüé: así le enseñaron a leer y escribir. Una monja sorda, en el ejido. Yo no lo sabía, por eso me pareció de lo más natural pedirle que elaborara el reporte. Bueno, pues no volvió a ocurrir. Cuando le pregunté si había manera de evitar poner los puntos de esa manera, contestó que no. ¿Por qué? Ah, porque con los puntos se va uno al pasito, palabra por palabra y así no me equivoco y escribo bien lo que tengo que decir. Perfecto. No se diga más. No vuelve a escribir un puto reporte, punto.

Hace años contraté a una profesora, Irene Vegas, para que nos diera a mí y a un grupo de amigos clases de literatura. Específicamente le pedí se concentrara en cuento latinoamericano. Vimos de todo, pero recuerdo un cuento muy interesante; era como de media cuartilla de extensión y no llevaba un solo signo de puntuación. El truco era leerlo como quien toma una tremenda y profunda bocanada de aire, de esas que te rompen los alvéolos, y leértelo de corridita, sin pausas y sin respirar, hasta que termines morado. El problema fue que uno de los compañeros, una persona mayor, no entendió el experimento y terminó irritado. Comenzó a quejarse y a denunciar que esa edición del cuento estaba muy mal hecha, imagínese: ¡no tiene puntos, coño! Nadie dijo nada. Estaba tan arrebatado en su catarsis que dejamos que la procesara. Entonces se puso a “corregir” el texto; un punto aquí, unas comas allá, una línea de diálogo en esta parte y un signo de interrogación más allá. Se quitó los lentes, se limpió el sudor y, satisfecho y exhausto le entregó el cuento a Irene. La maestra agradeció el esfuerzo, se volteó a dejar el cuento por ahí y esbozó una sonrisa discreta.

Me llegan muchos mensajes y correos cada semana. Unos vienen de redes sociales y tienen que ver con mis posts de cocina, otros vienen de mi columna de este periódico y otros más aparecen quién sabe de dónde. Un día me llegó un correo electrónico que no pude descifrar del todo. Era de un tipo de una ranchería de San Luis Potosí y quería presentarme a una de sus hijas –parece que tenía muchas – para que me casara con ella. Bueno, por lo menos eso fue lo que entendí, porque su esquema de puntuación era de lo más estrambótico. Usaba barras de diálogo en lugar de comas, comas como si fueran puntos y comillas con-no-sé-qué intención. Me lo puse como reto; una semana entera cambiando, reorganizando signos de puntuación, intentando darle sentido, pero no logré más que confundirme más. Para no frustrarme, terminé construyendo un cuento con aquel experimento y le cuento que quedó muy bueno. Y en cuanto a la boda, pues como no entendí nada, tendrá que aplazarse.

En la escuela me enseñaron telegrafía. Siempre me pareció fascinante; poder comunicarnos a distancia con un código híbrido entre el lenguaje hablado y la notación musical. Puntos y rayas que se estiran y comprimen, y que al final van a dar, ya traducidas, a un cuaderno. Por aquellas mismas épocas llevamos también clases de mecanografía y taquigrafía. Esa última la debí haber practicado más, pues hoy me resulta indispensable para tomar notas al vapor y cuando hago entrevistas. Voy a comprar un método y lo voy a estudiar nuevamente. En cuanto a la mecanografía, aún escribo “a máquina”, como se decía antes (para diferenciarlo de escribir a mano) y aunque no es mi vieja Remington, el teclado sigue siendo igual, solo que ahora las letras se proyectan en una pantalla digital retroiluminada. Creo que prefiero el teclado de ahora, los errores se corrigen fácil. Antes era una monserga.

Hace un tiempo en un aeropuerto me metí al baño. En la entrada y sobre la pared había una placa muy peculiar; estaba con caracteres Braille y decía “baños”. Fíjese que eso está muy bien, porque el Braille, con su sistema de puntitos, es muy efectivo. Imagínese construir toda una estructura mental con base a palpar puntitos, está cabrón. Pero hay un problema; no me queda claro cómo chingados da el ciego con la placa. Ni modo que se vaya sobando todas las paredes hasta dar con el mingitorio. Lo más sensato es preguntarle a alguien de ahí dónde coño quedan los baños, lo jalan a uno hasta ahí y listo. Entonces cabe preguntar para qué mierda sirve la placa. El punto es que el sistema Braille es como un telégrafo táctil que genera imágenes en el cerebro. La mamada.

En una ocasión me tocó visitar un psiquiátrico. Era para un artículo para una revista. Conocí a un esquizofrénico que se pinchaba los dedos con una lanceta y así iba pulsando la pared, dejando puntitos rojos por toda su celda. La escena era una cosa verdaderamente admirable, una mezcla entre un código hermético que solo él podía entender y una obra de arte. Esa noche soñé que flotaba en una habitación rodeado de glóbulos rojos gigantes. Muy curioso.

Qué realidad tan extraña esta que hemos creado, llenando nuestra cabeza y el mundo de puntitos.

Extraña esta locura que nos aqueja.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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