Cultura

Miserables

Usted y yo, como muchos otros creadores, sufrimos de lo mismo: pichicatean nuestro trabajo. ¿De dónde viene esta tendencia a no respetar los precios prefijados por un creador? ¿Qué gana esta pinche gente ahorrándose unos pesos?

Conversando de manera emputada con amigos salieron varias anécdotas; un tipo llegó el otro día a mi restaurante y después de haber lamido el plato se quejó del precio: –Está muy caro–, dijo. Y le respondí: –Ah sí, no me diga: ¿caro con respecto a qué? ¿A un restaurante con tres estrellas Michelin? Pues entonces mis precios son una ganga. ¿Caro comparado con unos tamales pinches de la carretera? Sí, un poquito. Pero en ese expendio no tienen clima, ni meseros, música, baños o internet. Yo sí, así que no mames. Luego entró un tipejo pidiendo descuento y que, encima, le regalara una bebida “o algo”. Llegó en una Porsche Cayenne –con chofer–. Al chile, no mames. Ya se imaginarán lo que le dije.

El tema aquí es que lo que yo ofrezco es un menú y experiencia a mi estilo, con mis creaciones, por lo que compararlo resulta improcedente. Lo que verdaderamente me emputa es el hecho de que venga alguien a ponerle precio a mi trabajo. ¿No tienes para pagar lo que pido? Rúmbale a chingar a tu madre. Mira, yo no puedo pagar un viaje a Europa; ¿me quejo con la aerolínea por la tarifa que pide? No. ¿Tuiteo acerca de lo caro que están los hoteles en las islas Griegas? No. Y cuando voy al súper y veo que el precio de un Rib Eye Angus Prime no corresponde a lo que puedo –o quiero pagar– la hago de pedo en la caja? Pues no. Entonces ¿qué hago? Ahí te va: pagar las vacaciones que me alcancen y comprar los abarrotes que pueda pagar, punto. Sé feliz, coño. El tema de la comparación es ciertamente válido; si usted me vende una cena fine dining  que falla en otorgar lo que propone, entonces hay razón para quejarse. Si compro un trozo de filete de res y me lo anuncian como la súper mamada y al masticarlo recibo poco sabor y textura inadecuada, pues qué pedo ahí. No es cuestión de gustos, es calidad; en restaurantería debemos tomar en cuenta calidad de ingredientes, maestría técnica al momento de prepararlos, sensibilidad al emplatar, servicio adecuado y ambientación correcta. Así, el precio estará al par que la suma de todos estos factores. Uno no llega a un lugar a comer así nada más; la experiencia sensorial y la social están profundamente ligadas y se procesan de manera potente en el cerebro, creando recuerdos importantes; se juzga un todo, no un platillo, un café o un error de un mesero.

Tengo un amigo pintor. Me cuenta unas historias de antología. Dice, por ejemplo, que con frecuencia llegan sus amigos a comprarle sus cuadros y que casi siempre le piden descuento. –Coño, si fueran amigos de verdad estarían pagando un poco más–, dice y tiene razón. Vuelvo a la pregunta del principio: ¿Por qué mierda intentamos rebajar el precio del trabajo de otros? Porque, al hacerlo, enviamos un mensaje contundente: “Tu trabajo no vale lo que dices, vale lo que yo quiero”. Puta madre. Con esa mentalidad estamos efectivamente humillando al creador y sometiéndolo a un esquema de manipulación –casi de extorsión– al otorgar un objeto o servicio a un precio menor al establecido. En mi puta vida he pedido descuentos al comprar cantidades regulares o por servicios otorgados. Solo cuando se trata de volúmenes, pero eso es en beneficio de ambas partes. Seguido escucho este clamor; lo veo con frecuencia en mercados populares donde hay indígenas o artesanos ofreciendo sus obras. A ver, ¿te parece correcto que una persona común le regateé a un artesano o indígena solo porque lo ven jodido y asumen cosas que no son? Esa es una actitud de miserables. Estoy a favor de hacer intercambios, trueques, no de pedir descuentos donde la situación no lo favorece. Los descuentos son estratagemas para vender más o para deshacerse de mercancía que debe retirarse de los anaqueles, no para minimizar el trabajo de las personas ni para estresarlas. Paga lo que se pide por algo, coño, y si tienes argumentos sólidos, objetivos y convincentes para discutir el precio, adelante, pero si solo se hace por la mera chiflazón u ocurrencia de bajarle el precio, pues no te pases de verga, en serio.

Ya lo dije: ¿No tienes el dinero para pagarlo? Busca algo más barato. ¿No lo quieres pagar? Es tu pedo. ¿Quieres argumentar el precio? Bien, solo que debes tener datos duros para llevarlo a efecto. De otra manera no discutas. Mira, bien fácil: si te parece que la cuota de electricidad no corresponde a lo que puedes o quieres pagar, puedes protestar, pero te adelanto que si no liquidas la cuenta te van a cortar el servicio. Así salgas a la calle a pegar de gritos y a protestar. Pero claro, esto queda fuera de tu rango de acción y poder: ahí no vas a lograr mucho. No le ofrezcas menos de lo que pide esa indígena por un ramo de cilantro en el mercado o al jodido que te vende una artesanía en un crucero; si te vas a poner en ese plan mejor no les compres. Ellos hacen un esfuerzo por sobrevivir.

Respeta el trabajo de las personas, miserable.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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