Cultura

Mercadotecnia

Voy al súper muy seguido. Paseando por los anaqueles me encuentro con tanta cosa. Salsas, por ejemplo. Se da una cornucopia de ellas como no se había visto antes. Etiquetas de todo tipo y diseño gritan cosas como salsa casera, ranchera, de la abuela, de la tía, de la doña o el don, la mexicana y arriera. Vamos a analizar estas modulaciones.

Salsa casera. ¿De qué casa? Cuál es la diferencia de una salsa casera de una ranchera, una de fonda o una arriera? Ninguna. De hecho no existe una normativa, clave, indicación técnica o consenso en cuanto a qué es una salsa casera, a diferencia de otras. Simplemente quiere decir que es una salsa hecha en alguna casa –vale verga cuál y en dónde– o que se supone que, para algunas personas, ese sabor debe recordarles los sabores de sus casas.

Salsa ranchera. Bueno, pues como su nombre lo indica, esta salsa está basada en la que hacen en los ranchos. Ok. Me pregunto en cuáles. Porque yo tuve rancho cerca de Cadereyta y mi familia tiene ranchos en la Huasteca veracruzana y las salsas que se hacen ahí no se parecen en nada entre ellas, y no les encuentro relación con las embotelladas.

Salsa de la abuela, la tía o el don. Esta es fácil, o la persona a la que refieren como creadores de la salsa está muerta o la inventaron. O se trata de un personaje real que no cocinaba una verga, pero que usaron su imagen para crear un producto. La imagen detrás de la salsa actúa como un catalizador. Es solo una etiqueta creada en una oficina de publicidad. Y sí: conozco salsas hechas a partir de la receta de una abuelita putrefacta, pero hay que tomar en cuenta que para elaborar esta salsa industrialmente, hay que sustituir muchos elementos por otros ya procesados, además de añadiduras artificiales tales como colorantes, espesantes y conservadores. Y esto le cambia el sabor y la textura a la salsa original de manera radical, así que no salgan con mamadas de que el producto envasado es la “receta original”.

Salsa arriera. Esta sigue más o menos la misma dirección que la salsa ranchera. Es un bonito concepto sí, pero quiero que salga al campo, encuentre un arriero y pídale que le haga una salsa. No conozco a ningún arriero que cocine. Quizá su mujer, puede ser, pero el arriero lo único que le interesa es llegar a casa, comer, emborracharse e irse a dormir.

Salsa taquera. Esto es una generalidad. Cualquier salsa sirve para cualquier taco. No me puta madre jodan. No voy a decir más.

Salsa mexicana. Se piensa que una salsa que lleva chile, tomate y cebolla es, por definición, “mexicana”. A chingar a su madre. Prácticamente todas las salsas de las que he hablado aquí llevan esos ingredientes. No me queda claro dónde está la diferencia.

Salsa matona, chingona o mandona. Este apartado es más inteligente que los otros porque no hay nada que discutir: presenta una versión subjetiva del producto. La publicidad va en otra dirección.

Salsa tatemada. Bien ahí: estamos frente a una etiqueta objetiva, pues denota una descripción técnica, no una alusión, mito, asociación o elucubración. La salsa tatemada se hace tatemando sus ingredientes, punto. Gracias, no hay más que agregar.

Bueno, y a todo esto, no estoy diciendo que toda esta marejada publicitaria esté mal, que sea prejuiciosa, que mienta o confunda o que pretenda ejercer un efecto pernicioso en las personas. Nada de eso. Solo quiero puntualizar que la mercadotecnia muchas veces no tiene mucha relación con la realidad y que lo que pretenden es solo eso: vender.

Mire, mientras se exalte nuestra gran cocina, póngale el nombre e historia que usted quiera a su puta salsa y sea feliz.

Adrián Herrera

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