Cultura

Mecedora

Un sobrino se viene a estudiar a Monterrey y le ayudamos a buscar departamento. Dimos con uno muy bueno y a un precio razonable. Entramos. Se respira un ambiente curioso, como una tensión que ha sido liberada, pero que de alguna manera persiste y se resiste a disiparse.

–Nadie lo quiere rentar–, dijo el intendente.

–¿Por qué?–, pregunté.

–Hay algo.

–¿Algo? ¿Qué, exactamente?

–Una presencia.

Seguimos conversando y así me fue revelando detalles. Allí se murió un señor. Un viejito enfermo. Se metieron a robar y lo estrangularon. Estaba sentado en la mecedora que está en la sala y lo asfixiaron con un alambre. Resultó que habían sido el enfermero que lo cuidaba y su primo. El tipo sabía que el viejito guardaba dinero y esa noche decidieron robarlo. El enfermero ya estaba ahí, pues le tocaba el turno de noche, y al tiempo llegó su pariente. Perpetuaron el crimen durante la madrugada. En la mañana llegó la enfermera a relevar a su compañero y encontró el cadáver: estaba en la mecedora, con el alambre sujeto al cuello y la lengua de fuera.

Cuando mi papá murió nos trajimos el sillón reclinable que usaba en Monterrey. Pasó varios años en él, perdiendo poco a poco la razón hasta acabar en coma. El sillón fue a dar al cuarto de mi mamá. Cuando iba a visitarla siempre me sentaba ahí. Es realmente cómodo y además se mece. Así conversábamos de muchas cosas y a veces recordábamos a papá. Sí: de pronto sentía un discreto escalofrío al recordar que aquel había sido su sillón. Luego murió mamá. Se limpió el cuarto y me llevé el sillón a casa. Mi mujer y yo lo pusimos en la sala y se usa para ver tele.

Como la puerta no estaba forzada y el primer sospechoso era el enfermero, la policía lo detuvo.

–¿Usted lo mató?

–No. Soy enfermero: nunca haría algo así.

–¿Quién fue?

–Mi primo.

–¿Por qué?

–Yo estaba en el estudio buscando el dinero y mi primo entró a la recámara. El señor estaba dormido en la mecedora, en la sala. Hicimos un ruido y se despertó. Mi primo fue a verlo y el señor comenzó a gritar. Entonces sacó el alambre y lo estranguló.

–Y no hizo nada para detenerlo

–No. Estaba buscando el dinero y no puse mucha atención a lo que estaba ocurriendo.

–¿Encontró el dinero?

–Sí.

–¿Qué hizo entonces?

–Llamé a mi primo para irnos y ya de salida me di cuenta de que el viejo estaba muerto.

–¿Le reclamó a su primo?

–No. Para qué. Ya estaba muerto.

El intendente comenta que la mecedora se mueve sola. Y no es el aire, dice. Los vecinos escuchan ruidos. Ya sabe cómo es esto. Pues todo el edificio se enteró del homicidio. Y cuando llega alguien a ver el departamento para rentarlo, la chismosa de al lado se acerca y le cuenta lo ocurrido, o el de la tienda de abajo también viene y comenta los detalles del crimen. Y claro, el cliente siempre termina huyendo. En este edificio siempre va a ver un fantasma. La dueña dice que se va a deshacer de la mecedora.

En casa a veces, ya noche, bajo a la cocina por algo de tomar o para hurgar algo en el refri. Para qué le hecho mentiras: el sillón de mi papá se aparece de pronto, entre la oscuridad, y siento que se mueve. Dice mi hija –está segura– que una presencia se materializa en aquella poltrona. Ella misma la ha visto. ¿La abuela, quizá? Puede ser.

Uno siempre vive con sus fantasmas en casa.

Siempre están ahí.

Adrián Herrera

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