Cultura

Maquillista

“Cada que maquillo a alguien, me vienen a la mente las horrendas imágenes de los muertos que arreglé durante años; a veces miro esos horribles rostros, con sus heridas...”


Me llamo Aurora Medina, tengo 34 años y soy maquillista profesional.

Estudié en una academia de belleza; pagué mis estudios vendiendo los guisos que mi mamá (mamá soltera, por cierto) hacía. Desde las 6:30 de la mañana hasta las tres de la tarde atendía el puestecito que teníamos y luego de descansar un rato me iba a la escuela. Con el tiempo aprendí a guisar y es algo que me gusta mucho, pero el maquillaje es lo mío.

Cuando terminé la escuela busqué trabajo, pero no logré encontrar nada. Así estuve casi un año y, la verdad, fue muy frustrante y desesperante, porque las pocas oportunidades que salían eran con sueldos muy bajos y en sitios bien alejados de mi casa. Entonces me llamaron mis tíos; ellos tienen una casa funeraria en el Estado de México. Me ofrecieron trabajo. No lo pensé dos veces, me despedí de mi mamá y me subí a un camión. Tan pronto llegué me instalé y fui directo a “la hielera”, como afectuosamente le llaman al cuarto donde llegan y se preparan los cadáveres. Es un sótano con aire acondicionado y está bien frío. Pues ahí me entregaron una maletita con todos los materiales para ejecutar mi nuevo trabajo. Te voy a decir la verdad: estaba súper nerviosa; nunca había visto un cadáver, excepto el de mi hermanito, cuando lo atropellaron, pero solamente lo vi de reojo porque mi mamá evitó que lo viera bien. Mi tía me fue enseñando cómo trabajarlos; llegaba de todo, gente accidentada, con el rostro destrozado, personas quemadas, otros con balazos, suicidados y algunos todos macheteados y picoteados. Pero también llegaban cuerpos que se morían de enfermedades o infartos, y esos eran los más fáciles, porque parecían que estaban como dormidos.

Luego de unas semanas ya estaba haciendo un muy buen trabajo y mis tíos estaban contentos conmigo. No voy a esconder que, después de un tiempo, los cuerpos que llegaban me parecían solo eso: muñecos como de cera, maniquíes siniestros que había que arreglar para un breve servicio funerario y para que los familiares no tuvieran esa impresión tremenda y cruda de sus seres queridos. Claro que había unos que ya no tenían arreglo: a esos, con permiso de los familiares, les ponía una tela blanca translúcida y así los mandaba a las capillas. Incluso llegó un cuerpo sin cabeza; se accidentó en una carretera costera, se decapitó y la cabeza rodó por un barranco y fue a dar al mar y nunca la encontraron. Me pidieron que le pusiera la de un maniquí de plástico, pues no aceptaban velar el cuerpo sin una cabeza.

Trabajé en la funeraria diez años. Llegó un punto en que sencillamente ya no pude más. Hablé con mis tíos, les di las gracias y aproveché una oportunidad para ocupar un puesto de maquillista en una empresa de producción cinematográfica y de publicidad. Y así es como llegué aquí.

Te confieso que cada que maquillo a alguien, me vienen a la mente las horrendas imágenes de los muertos que arreglé durante años. A veces miro al espejo y esos horribles rostros, con sus heridas, sus decoloraciones, sus tonos morados y grisáceos, sus músculos expuestos y tejidos de grasa, sus dientes blancos y rotos, y sus ojos bien abiertos se proyectan momentáneamente en el espejo y me estremezco. De las pesadillas ni te cuento: ya me acostumbré y ya no despierto con sudoraciones y el pulso acelerado. Sencillamente dejo que ocurran.

Otra cosa que me enferma es el aroma. Esa mezcla entre formol, el látex, los desodorantes, lociones o perfumes que traían los muertos y el olor a gasolina o a quemado, según el accidente, se te mete hasta la parte más profunda de la nariz y ahí se queda por años.

Quiero comentarte algo. De las personas que maquillo y que cuando las veo en el espejo con rostros cadavéricos, pues no todos son mis proyecciones y recuerdos de la funeraria, no. Unos pocos aparecen como ellos mismos, con sus caritas demacradas unos; cortadas y destruidas otros. Y eso los sé porque días después me entero que se murieron.

Creo que pronto voy a dejar esto del maquillaje y me voy a dedicar a la cocina, a operar el changarrito que tiene mi mamá.

Pero quiero que sepas algo: muy en el fondo quiero regresar a la funeraria a maquillar cadáveres.

No me gusta.

Me jala.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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