Cultura

Inconcluso

Divago por la librería. De pronto aparece un título: Obras completas de.... Hay tantos libros así. Me deja pensando: ¿qué tan completas son las obras completas? Rara vez lo son. Y esto porque uno piensa que las obras completas son las que se presentan como el logro total de la producción de un autor, pero no reparamos en que lo que presentan ahí no son sino los textos que suponemos terminados y que el autor dejó para que otros los recopilaran, estudiaran y presentaran al público. El término “textos reunidos” es mucho más acertado y apropiado. Si con “obras completas” nos referimos a todo cuanto escribió un autor, entonces habría que cuestionar si la compleción de su obra solo se debe a que el autor murió y ya no pudo seguir escribiendo, pero también hay que tomar en cuenta que, en muchos casos, se encuentran textos que son publicados de manera póstuma. Entonces el concepto de compleción pierde su validez. Eso me recuerda a los textos de la época clásica grecolatina: son tantos los textos perdidos y que solo se mencionan aquí y allá. Algunos lograron ser reconstruidos y de otros solo se tienen fragmentos. Allí no existen obras completas de nada.

Beethoven nunca completó su décima sinfonía. Schubert y otros también dejaron obras sin terminar. Y de los escritores ni se diga.

Dejamos cosas a medias y sin conclusión, siempre. Pocas son las cosas que verdaderamente terminamos. O por lo menos así queremos creerlo. Se da con frecuencia esta discusión sobre la obra de arte la cual, para serlo, debe tomarse como inconclusa. Qué pendejada. El autor decide eso. Aun y cuando no esté seguro. Incluso hay obras que se dejan inconclusas con esa intención, y así se convierten en obras propiamente terminadas.

Aquella tarde fui a dar mi paseo cotidiano. Según la recomendación del médico, debo caminar una hora diaria. Y así lo hago. Pero esa vez recorté el recorrido a media hora. Así puedo afirmar en que el paseo quedó inconcluso. Y eso porque yo mismo fijé las condiciones del mismo, de tal manera que, aunque en el fondo no sea tan relevante caminar una hora y 15 o meros 20 minutos, nos indoctrinamos a creer algunas cosas que nos brindan confort y seguridad mental. Pero sigue siendo una invención de cierta manera artificial, quimérica.

Con los libros me pasa lo mismo. Algunos los termino completos. Pero otros –muchos– o los dejo a la mitad o solo leo algunas partes. No voy a esconder el hecho de que a veces siento culpa por no atenderlos como se debe. La vida de todos los días está conformada por pequeños y fugaces eventos que rara vez llegan a compleción. Y tal vez así deba ser, por lo menos para algunas cosas. Pero por lo mismo siento que se descubre más en el trayecto y proceso de realizar algo que fijándose la meta de concluirlo de acuerdo a una agenda prefijada. Porque, como ya indiqué, nos envolvemos de supuestos y certezas que terminan por no serlo. Intento decir que no tenemos que terminar todo lo que empezamos. Y no porque existan razones –o no– para hacerlo, sino porque, en el fondo, no es necesario. Incluso es de necios intentarlo. Queremos ver obras completas, conclusiones y compleciones porque de cierta manera cierra ciclos, valida y le otorga sentido a nuestra vida. La compleción genera esta sensación de grandeza, de logro monumental: justifica.

Todo esto sea, quizá, porque en el fondo sospechamos que nuestras acciones son, esencialmente, inconclusas, y la muerte es lo único que, queriendo o no, le pone un sello final a todo, se haya hecho lo posible, lo probable, lo deseado, lo soñado o lo esperado tanto por uno como por otros.

Al final no importa.

Adrián Herrera


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