Cultura

Hotel

En el baño del hotel hay un chingo de frasquitos, tubos y cosas; shampoo, acondicionador, body lotion, un gel de no sé qué fruto exótico, un jabón pinche y otro con avena, una crema y un bote cuyo contenido ya me dio flojera leer, un kit dental, uno para coser botones, gorra de baño, esponja, bata y pantuflas y toallitas húmedas. Nomás faltaron condones y lentes de aumento. Y una peluca por si las dudas. Ponen tanta cosa de higiene y belleza; siempre me ha parecido excesivo. Será porque mi papá era muy práctico y me educó de manera contundente: jabón, shampoo, desodorante y pasta de dientes. Punto. Ni cremitas mamonas ni lociones –nunca las he usado–; mi mamá y hermanas me regalaban en Navidad botes de loción y colonias, y las fui acumulando durante años. Las he ido regalando. Mantengo mis rituales diarios bien sencillos y evito verme al espejo más de lo necesario. Entiendo que hay gente que se apasiona con perfumes y les gusta andar todo el día embarrados con cremitas mágicas y melcochas rejuvenecedoras, pero a mí no me va. De vuelta al cuarto, abro el cajón del buró y descubro una copia del Nuevo Testamento; ha sido dejado ahí por los Gedeones y en la portada advierte que ese libro no es para venderse. ¿Quiénes son los putos Gedeones? Nadie lo sabe, pero sus biblias están en todos los hoteles del sistema solar. Me hubiera gustado ver en su lugar una revista pornográfica o un libro de cuentos de horror. Abro el Nuevo Testamento de los Gedeones y dibujo en la primera página un pene erecto y enorme con un escroto peludo. Total, no creo que nadie lo lea.

La tele está encendida, pero el canal no es de películas, variedades o música; son sonidos de la naturaleza. Si llego en la tarde, la tele me recibe con los sonidos placenteros de una jungla, con el croar de ranas, el silbido de aves exóticas y la brisa meciendo las hojas verdes y carnosas. Y si llego de noche, ¿qué sonido se imagina que sale del televisor? Grillos. Y no hay nada más enervante que el canto tembloroso de los grillos y las cigarras. Es espantoso. Diario tengo que apagar esta emulación extraña de la naturaleza en mi habitación a riesgo de imaginar que realmente hay una jungla afuera o que llueve cuando el cielo está despejado. Es para volverse loco.

En el elevador una pareja riñe. Espejos cubren todas las paredes del ascensor y en un momento pareciera como si su conversación se multiplicara por cien. Salgo de ahí con dolor de cabeza y me siento en el restaurante a comer algo. La comida es espantosa y el café está para beberlo junto con la aplicación de la extrema unción. A mi lado hay una mesa con un vendedor de seguros y una pareja. El resto de las mesas están ocupadas por extranjeros, personas solitarias y fantasmas. Bajo al bar por un Martini; una pareja se besa, un tipo solitario chatea en su teléfono y cuatro amigos se emborrachan viendo un partido de futbol. Vuelvo a mi recámara; en la planta baja una prostituta espera a que baje un huésped para llevarla a su cuarto. Un anciano discute por teléfono con su abogado y una familia recién ha entrado al lobby y se acerca a recepción. Subo al ascensor con la prostituta y su cliente; ella no me quita los ojos de encima y él comienza a inquietarse; me parece que el viaje dura horas. Por fin llego al cuarto, apago los ruidos de la naturaleza, me aseguro que todo esté en silencio y me tumbo en la cama a pensar en este lugar tan raro, tan impermanente y tan repetitivo. Este lugar, habitado por gente de todo tipo y de todas partes y tan lleno de historias y cosas. Viví aquí una semana, pero me pareció como si hubiera estado toda mi vida. Tremendo, el dolor de cabeza no se me quita; pasan horas. Entonces enciendo el televisor y con el sonido de una suave y melodiosa lluvia imagino que estoy con la prostituta del ascensor en un lugar paradisiaco mientras ella me acaricia el cuerpo y yo me voy quedando dormido, lenta y plácidamente.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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