Cultura

El club de la salvación

Eran amigas de la infancia. Estudiaron en la misma escuela católica de monjas y llevaron siempre su religión en sus corazones. Todas ellas fueron amantísimas esposas y madres devotas, además de ciudadanas concienzudas y luchadoras sociales. Hace unos años decidieron formar un club de jardinería. Y es que el tema del calentamiento global y la contaminación es cosa seria, y cada quien debe poner su granito de arena. Y si somos muchas, pues qué mejor. Rentaron un terrenito allá por donde se terminan las colonias, justo en las laderas de la sierra, y allí se dedicaron a plantar matas de todo tipo. Una se especializó en flores, la otra en bonsái, aquella era experta en plantas de ornato y así. De esa manera nació el vivero.

Entonces el trabajo se hizo cada día más intenso y tuvieron que contratar a un jardinero. El muchacho resultó ser un ex seminarista que, no habiendo encontrado su camino dentro de la Iglesia, lo fue a hallar en las plantas. Se llamaba Francisco. Se la pasaba atendiendo las matas, las flores, las enredaderas. Contemplaba el cielo, hablaba con los pajaritos que se posaban sobre las ramas de los árboles y meditaba mientras limpiaba las macetas de barro. Por las tardes predicaba el evangelio y pronto las señoras vieron en él a un enviado de Dios. Así formaron un grupo de Biblia. Las reuniones se daban en el pequeño kiosco del vivero, entre el frescor de las plantas y los aromas de aquellas exóticas flores. Aquello era tan bonito y tan pacífico que terminaron por nombrarlo “el jardín del edén”. En efecto, un mítico espacio creado para salvar almas y cosechar plantas.

Cada día llegaba más gente. Y no solo de la ciudad: ya llegaban de otros pueblos e incluso de otros estados. Sí, el vivero se había transformado en un centro espiritual. La gente ya no compraba plantas, más bien iba a escuchar al joven Francisco, un hombre sosegado, de mirada perdida y que, decían, era capaz de escuchar la voz de Dios y de transmitirla. Es cierto. Su fama crecía. El problema es que no se vendían ya plantas, y había que pagar la renta. Entonces a una de las amigas se le ocurrió una idea: venderían flores –rosas– benditas por Francisco. Gran idea, hagámoslo. Y así se hizo. En poco tiempo tuvieron que desalojar el área de los bonsáis y las palmeras para extender el cultivo de rosas. Funcionó.

Después comenzaron a vender recuerdos. El negocio crecía. Y mucho: contrataron primero a un contador y después a un administrador, pues aquello se les salía de las manos. Las clases de Biblia fueron sustituidas por cursos de administración, ventas, superación y life coaching. Dinero, ¡mucho dinero! Pero Francisco no combinaba con esa idea. Predicaba en contra de la avaricia y los bienes materiales, intentó prohibirles a las señoras vender más rosas y recuerdos con su imagen. Oh no, eso no puede ser, Francisco, ganamos mucho y todos los días la gente viene a verte. Tú síguele. ¡Pues no!, espetó el jardinero, ¡todo esto va en contra de lo que Dios quiere! Así anunció que se marchaba. El club entró en pánico. No se puede ir; vamos a ofrecerle dinero. Una buena suma, para que se quede. Pero no aceptó. Hizo una rabieta y amenazó con exponer la operación del vivero como lo que era. Entonces hubo junta; señoras, contador, abogado y hasta el chofer. Se decidió: vamos a envenenarlo. Y lo hicieron. Fue fácil: con las exhalaciones de una flor africana prohibida lo lograron. Ya se anuncia: ¡Francisco ha muerto! ¡Dios lo llamó a su lado! Y así nació el mito.

Aquellas piadosas señoras sacaron un permiso especial del municipio para conservar los restos del joven Francisco en el vivero y pronto construyeron un mausoleo, mandaron tallar estatuas, confeccionaron rosarios, estampitas, camafeos y reliquias. Si antes entraba dinero en carretillas ahora parecía llover del cielo. Poco a poco se le formó un culto a Francisco, el humilde jardinero que había logrado que las personas escucharan la voz de Dios. Viene gente de todas partes; ya le llaman “el santo de la naturaleza”, “la voz de Dios en la montaña” y cosas así. El grupo de señoras lo han adoptado como a su benefactor espiritual y piden interceda por ellas en el cielo. El señor arzobispo ya ha tenido varias juntas con el grupo del vivero; recopila información importante. ¿Será candidato para canonizarlo? Por lo pronto se le debe declarar en la presencia del Señor, eso es de a huevo.

Han pasado años. De las señoras, ya casi todas murieron; sobrevive una que otra viejita (con mucho dinero en el banco) a las cuales se refieren como “damas benditas por Dios”. El vivero se ha transformado en un parquecillo místico con una capilla construida alrededor de la tumba del –ya casi– santo y una iglesia. Además cuenta con una pequeña tienda, un centro de atención a clientes y un museo con fotos y otras cosas sobre la vida del jardinero predicador.

El kiosco original, aquel en donde predicaba el joven, luce descuidado, envuelto por hiedras y espinas, y ha sido tomado por una parvada de oscuros, sigilosos y misteriosos cuervos.

[email protected]

Google news logo
Síguenos en
Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.