Si usted evalúa algo sin una referencia, la opinión queda limitada a factores y variables que solo se pueden interpretar de manera unidireccional
En mi mejor y nunca humilde opinión, siempre es mejor comparar las cosas que evaluarlas de manera individual.
Le explico. Mi mujer y yo compramos, desde hace años, una marca de vino de buen precio y que le va bien a muchos alimentos. Es un vino sencillo y fácil de beber. Bueno, pues como soy cocinero, tengo la costumbre de hacer catas a ciegas, tanto de vinos como de licores varios. En la última cata decidí evaluar una cepa en particular: garnacha. Probamos cinco etiquetas distintas, algunas de México, otras de España. Como la degustación es a ciegas, no hay manera de engañar o predisponer al cerebro para que se vierta sobre una u otra marca. Solo se evalúan las características de los vinos. De esta manera, al final de la evaluación se desvelan las botellas para saber qué vinos habíamos probado y el puntaje otorgado a cada uno. Y siempre, siempre hay sorpresas; vinos que creímos eran de mediana calidad resultaron excelentes para comer; otros que se suponían eran muy buenos, recomendados por expertos y con sus medallitas y puntajes, no se lucieron, y otros más que tenían fama de sosos y lerdos, fueron los más aplaudidos. Ah y también está el tema de los precios: vinos caros que no se hicieron notar y vinos baratos que sorprendieron. Pues en esta ocasión, el vino que resultó más desafortunado fue el que mi mujer y yo bebíamos de diario. Casi me desmayo. Qué decepción, coño. Pero así es la realidad. Lo bueno de este ejercicio es que descubrí un vino más barato y mil veces mejor que el otro.
Si usted evalúa algo sin una referencia, la opinión queda limitada a factores y variables que solo se pueden interpretar de manera unidireccional. Por eso siempre es conveniente poner algo similar a lado para ver establecer paralelismos, diferencias, intensidades y otras propiedades, y con ello lograr establecer conjeturas congruentes y coherentes. El ejercicio se torna más complejo y resulta en una evaluación más objetiva. Además de lo que ya dije de probar a ciegas, porque no se trata de evaluar el diseño de la etiqueta. Eso es mercadotecnia, no gastronomía. Ah, y esa premisa falaz de “el mejor vino es el que más te gusta”, es una simplificación muy tonta y de gente que no quiere profundizar en las cosas. Los vinos, como cualquier otro producto, están sujetos a estándares de producción y calidad, y si un vino desequilibrado es lo que te gusta, ello no quiere decir que el vino sea bueno, solo quiere decir que no tienes ni la cultura ni la experiencia para hablar del tema. La solución, pues, es capacitarse en el tema, probar otras variedades; comparar, pues.
¿Quiere decir esto que debemos aceptar irremediablemente las cosas que nos puedan parecer buenas sin haberlas comparado? Yo digo que no. Es como cuando uno se la pasa comiendo comida chatarra y cuando de pronto descubre que hay comida de gran calidad, pues lo correcto sería cambiar de hábitos. Solo los necios se quedan reciclados en lo mismo, a lo cual han estado acostumbrados, por pereza o por no tener el interés de probar cosas nuevas. Y el proceso comparativo nos revela cosas insospechadas, luminosas.
Lo que se requiere para establecer un proceso de comparación efectivo es, ante todo, sentido común, seguido de conocimiento y capacidad de reflexión. Si después de probar algo que sabemos es mejor que lo que estábamos acostumbrados, seguimos con lo anterior. Entonces no tenemos remedio y nos condenamos a permanecer en lo malo y lo mediocre, y así será nuestra visión del mundo, un mundo limitado, bidimensional y sin colores. Y no estoy hablando de vinos nada más; aplica en todo, especialmente en la política. Saber discernir entre lo bueno y lo malo es una condición indispensable para tomar las decisiones correctas, y que no nos den atole con el dedo.