Esta señora deja su carrito a la mitad del pasillo. No hay manera de pasar. Se toma su tiempo: mira unas latas, lee una etiqueta, toma un producto y lo examina y así, con soltura y valiéndole tres kilos de reata que de ambos lados estemos varias personas queriendo pasar. –Disculpe, ¿podría mover el carrito?–, dice un señor, tímido y en voz baja. Ah pero la señora se hizo de la vista larga y fingió no escuchar el reclamo. Pensé: primero, no hay que pedirle disculpas a esa señora, de hecho es ella la que debe disculparse, y segundo, la manera correcta de hacer las cosas es pidiéndole que mueva su carrito. Pero como yo no hago las cosas de manera correcta, me emputé, tomé su carrito y lo hice a un lado y seguí mi camino. Ella espetó algo, pero me seguí de largo.
Como ya se dejó venir el frío, ayer fui a llenar el tanque de gas del calentador de la casa. Haciendo fila en el carro, una señora se estacionó en doble fila, bajó su tanque y lo puso junto a los otros tanques que esperaban el llenado. Me acerqué y le dije al despachador que yo había llegado primero y que mi tanque iba antes que el de la señora. Como se dio cuenta que llevaba rato esperando, asintió y cambió el orden de los tanques. Por supuesto que la señora puso el grito en el cielo y comenzó a maldecir. El despachador le explicó que había llegado después que nosotros y que, además, estaba estacionada en doble fila, impidiendo que los vehículos salieran. Para acabar pronto, dos no muy amables caballeros le empezaron a gritar que se moviera y la señora no tuvo de otra más que hacer berrinche, llevarse su cilindro vacío y largarse.
¿Quiere más ejemplos? No terminamos nunca.
Mire, vivimos en urbes de millones de personas. Eso complica muchísimo la vida de todos los días. Del tráfico ni hablemos: a ciertas horas, en la mayor parte de las arterias principales el tráfico ya colapsó. Sí: todos tenemos frío, calor, prisa, cosas que hacer, ya vamos tarde, todos sabemos manejar mejor que el otro, y todos estamos emputados porque ese carro se metió a la fila y porque el otro va a vuelta de rueda. Paciencia, coño, paciencia.
El medio en el que nos movemos así es; somos muchos y eso va a generar una serie de roces que naturalmente elevarán la intensidad de nuestras reacciones. Hay que aprender a vivir con esas pequeñas y constantes presiones y no perder el control.
La materia de civismo desapareció de las escuelas hace ya mucho tiempo. Y el infame Manual de Carreño es prácticamente un chiste editorial (¡y uno que sigue vendiéndose!), pero la falta de una normativa que regule nuestra cotidianidad ha hecho que nuestras relaciones empeoren. El volumen de gente, de tráfico, de ruido, de iluminación y la falta de seguridad conspiran para crear un esquema de vida tenso y difícil. Por eso necesitamos de manera urgente reeducarnos para aprender a vivir de acuerdo a esta combinación de factores. Pero, ¿qué hacer? Lo primero que se me viene a la mente es salir a la calle, saquear negocios, matarnos entre nosotros y quemar la ciudad. Pero analizando tal propuesta, me he decidido por otra un poco más provechosa: educación. No digo volver a esos esquemas antiguos, obsoletos y ridículos de comportamiento, sino a uno en el que se desarrollen la paciencia, el respeto por los derechos del otro, los tránsitos ordenados, el tema de la basura (una cosa de asco y alarma), la empatía y temas afines. Y esta educación se hace tanto en la escuela como en campañas de gobierno. No podemos seguir existiendo de manera automática y espontánea, poseemos todos los medios para tener una sociedad más ordenada y respetuosa que la horda de cavernarios que somos hoy. De hecho, nos hemos vuelto insensibles a muchas de las barbaridades que, en otros países, no pasarían desapercibidas. Si queremos cambiar el país, empecemos por la manera en que nos comportamos tanto dentro como fuera de casa. Ay, qué difícil. Ya lo sé, pero por ahí se empieza.
Eso o seguimos viviendo como energúmenos egoístas desenfrenados.
Adrián Herrera