Cultura

Cine

En las primeras décadas del cine, en un pueblito de la Huasteca veracruzana, la gente de ahí, que no tenía proyector, ansiaba conocer acerca de las películas de moda. Se cuenta que le pagaban a una persona especializada en el relato oral para que viajara a Tampico y viera una película en particular. De regreso, la gente se reunía en un ágora y aquel tipo comenzaba a narrar el filme. La audiencia generaba estas imágenes en su cerebro y aquello se transformaba en un evento trascendente no solo para las personas, sino para el pueblo.

Pasó el tiempo y se cuenta que en ese mismo pueblo finalmente llegó un emprendedor con un aparato de proyección. Buscó una superficie dónde plasmar el filme. Viendo una enorme y blanca pared, que correspondía a una miscelánea situada cerca de la plaza, acudió a platicar con la dueña del local. La señora, muy amable, escuchó los argumentos de aquel hombre: –Con este proyector podremos ver las películas más exitosas del momento y, bajo un acuerdo económico que nos convenga a ambos, estoy seguro que esto será un éxito rotundo–, le decía, mostrándole el aparato. La mujer accedió a ver una prueba, pues aunque sabía de su existencia, nunca había visto una película en su vida. De esa manera el tipo montó el equipo y proyectó un fragmento de un filme. Las imágenes se sucedían una tras otra, como en la vida real, sobre la superficie tersa y blanca. La mujer se mostró un tanto asombrada por esa demostración y una vez que el tipo guardó el equipo pasaron a negociar:

–Bien, ¿qué le pareció?

–Bueno, muy bonito y todo, pero me temo que no puedo aceptar el trato–, contestó la señora.

El hombre quedó confuso;

–¿Y por qué es eso?

–Pues mire, la pared es muy grande y luego de muchas proyecciones me va a ser muy difícil limpiarla. Le doy las gracias y espero encuentre un mejor sitio dónde poner su negocio–, explicó aquella mujer.

El emprendedor ya ni se molestó en explicarle que a la pared no se le iban a quedar manchas de ningún tipo. Empacó sus cosas y se fue al pueblo siguiente.

Ya han pasado muchos años y el cine finalmente tuvo sonido. Música y voces salían de aquellas imágenes como en un encantamiento, una magia tecnológica que lograba que la proyección fuera mucho más real, más inmediata e íntima. Esta pequeña compañía llegó al pueblo y anunció su gira de filmes seleccionados. Repartieron volantes, contrataron merolicos y levantaron una pantalla en un sitio abierto en las afueras del pueblo. Colocaron sillas y armaron un módulo para venta de refrescos, cigarros y golosinas. Se llegó la tan esperada noche. El sitio estaba saturado, al grado que tuvieron que vender boletos a mitad de precio para aquellos que no alcanzaron silla. La función comenzó. Cuarenta minutos después una escena tensó el ambiente; un hombre oscuro y de mal carácter discute con una dama. Le grita, la insulta y la zarandea. El público reacciona, se genera un barullo, hay inquietud y molestia por el trato que aquel tipo le da a una mujer indefensa y que, además, resulta ser la protagonista. La escena no había concluido cuando de pronto un hombre con sombrero se levantó de entre la audiencia, caminó hacia la pantalla, se detuvo frente a ella, sacó un revólver y vació el arma contra el sujeto que maltrataba a la dama. Gritos. Conmoción. Confusión. La gente corre, cae al suelo, se detiene la proyección. La pantalla, llena de agujeros de bala. Detienen al sujeto y lo cuestionan: –¿Por qué hizo semejante cosa? –Para que se enseñe ese rufián a no tratar a las mujeres de esa manera–, contestó desafiante.

Le tengo un gran aprecio al cine. Mucho antes de que aparecieran plataformas digitales y mucho antes de HBO, Cinemax y similares, el cine era fotografía análoga y se proyectaba sobre una superficie. La televisión nos lanza la información directa desde un aparato, pero antes la luz era emitida a partir de un aparato que amplificaba una secuencia de fotografías que chocaba con una pantalla, la cual reflejaba esas imagenes a un público expectante. Entonces, el viaje de esas imágenes es doble. No solo eso, el proceso, por más primitivo que le quiera juzgar (injustificadamente) es poesía transformada en física óptica. Además, el cine que se proyecta en sala es un fenómeno social importante, en tanto que esa misma película generada en casa ante un público familiar queda limitado por esa misma condición. Son experiencias muy diferentes. Porque no es la película propiamente, sino la combinación de muchos factores al momento de verla. Un crítico de cine no tiene más que ver un filme en su computadora y sentarse a opinar. Pero si ve esa misma película en un cine o con su familia o amigos, su percepión muy probablemente cambie.

Epílogo: el cine en casa no termina de gustarme. Tendrá sus ventajas y propiedades, pero prefiero el fenómeno en masa. Porque estimula el intercambio de experiencias, pone a jalar una serie de procesos mentales importantes: emocionales, racionales, artísticos y finalmente se asimila de una manera más completa y compleja que se traduce en una vivencia relevante.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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