Cultura

Bombas y bayonetas

Vi una entrevista de 1964 en la BBC sobre un soldado alemán de la Primera Guerra Mundial que narra la experiencia de haber matado a un soldado francés en una trinchera. La historia me dejó helado. Enseguida mi traducción de la entrevista:

“Un día nos dieron la orden de atacar a una posición francesa. En el asalto vi a mis compañeros que iban cayendo a mi derecha e izquierda. Entonces confronté a un cabo francés. Él con su bayoneta lista y yo con la mía. Por un momento sentí el temor de la muerte, y en una fracción de segundo me di cuenta de que él me quería matar de la misma manera en la que yo quería matarlo a él. Pero fui más rápido; de un golpe tiré su rifle y clavé mi bayoneta en su pecho. Él cayó, puso su mano sobre la herida y volví a encajarle mi bayoneta. De su boca salió un borbotón de sangre y murió. En ese momento me sentí enfermo y casi vomito. Me temblaban las piernas y seré franco: me sentí profundamente avergonzado de mí mismo. En ese momento yo era un cabo y mis compañeros se mostraron absolutamente impasibles por lo ocurrido. Uno de ellos presumía haber matado a un ‘peludo’ con la cacha de su fusil, otro afirmaba haber estrangulado a un capitán y un tercero describía cómo le había rajado la cabeza a otro soldado con su sable.

“Mire, ellos eran gente común, como yo; uno era conductor de tranvía, otro un vendedor ambulante, dos eran estudiantes y otro más un granjero; gente común y corriente que nunca hubiera pensado en hacerle daño a otro. ¿Cómo carajo llegaron a mostrar este nivel de crueldad? Recuerdo que nos dijeron que un buen soldado mata sin pensar en su adversario como a un ser humano, y en el momento en el que vemos al enemigo como a un prójimo, como a un igual, en ese momento dejamos de ser buenos soldados. Pero yo tenía frente a mí a un muerto, al francés que acababa de matar. Si en ese momento él hubiera ofrecido su mano para estrecharla, lo habría y hecho y hoy seríamos los mejores amigos. Porque él era un común, como yo, un chico pobre que tenía que salir a luchar contra personas con las cuales no teníamos ningún asunto personal, porque él solo portaba un uniforme de otro ejército, hablaba otro lenguaje, un hombre con padre y madre, y quizá una familia.

“Algunas noches despierto bañado en sudor y veo los ojos del soldado contra el cual luché ese día e intento convencerme de mi ataque pensando en qué pudo haber ocurrido si él hubiese sido más rápido que yo. ¿Qué significa esto de que soldados como nosotros se apuñalen, se estrangulen entre sí y arremetan como perros rabiosos? ¿Cómo ocurrió que nosotros, sin tener nada que ver personalmente con ellos, lucháramos a muerte? ¿Acaso no éramos gente civilizada? Siento que nuestra cultura y los discursos patrióticos de los cuales estábamos tan orgullosos son una capa muy delgada de pintura que se descarapela fácilmente en el momento en que entramos en contacto con cosas crueles y terribles como la guerra. Mire, dispararnos desde la distancia con rifles o cañones o arrojar bombas es algo impersonal, pero mirar a los ojos a otro hombre y abalanzarse sobre él con una bayoneta va en contra de mis principios y de mi manera de sentir”.

Recuerdo la novela de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, que relata sus experiencias en la misma guerra. Hay una escena casi idéntica donde el protagonista cae en un cráter lleno de agua y lodo, y luego un soldado francés va a dar ahí y luchan hasta que el alemán le clava una daga en el corazón.

Para quienes creen que la guerra es un escenario para lograr actos heroicos o patrióticos, piénsenlo bien: es un acto de brutalidad e insensatez pura, un fenómeno que nos ha acompañado desde que somos lo que somos y que no parece que vaya a terminar nunca. Lo que sí podemos hacer es dejarnos en claro, y repetirnos una y otra vez que la guerra no es nada bueno: la destrucción masiva generalizada, las secuelas, el exilio que genera, el horror, las pesadillas, todo se entreteje para establecer un escenario nefasto que suele durar décadas. Las consecuencias son terribles y no hay ganancia alguna que justifique las pérdidas. No hay nada de glorioso en la guerra, nada. Lo único correcto e inteligente es hacer lo que se pueda para evitarla y, si ya ocurrió, ver que se acabe lo más pronto posible.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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