Cultura

¡Aburrido!

Platicaba con un conocido sobre el tema del coronavirus y sobre el encierro al que estamos sometidos. El tipo me dijo que todo esto del virus era un complot internacional y que en verdad no era peligroso. Luego se quejaba de estar experimentando una mezcla de ansiedad y aburrimiento. Aburrimiento, neta. –Mira, me gustaría que pasaras unos años en la cárcel para que veas lo que son ansiedad y aburrimiento; bien puedes salir a la calle o al patio y, además, tienes tele y redes sociales, así que no mames. De libros no te recomiendo nada porque un puñetas como tú, que con todo lo anterior se atreve a declararse aburrido, los libros han de ser objetos raros e inalcanzables. Por favor, no me digas que te aburres; si no se te ocurre nada puedes aprender algún oficio o tomar un pasatiempo. Compra una guitarra, un rompecabezas, un kit de caligrafía, una caja de Lego. ¡Un libro, coño! o, en el mejor de los casos, ve por una botella de whisky y bájate algo de pornografía–, le dije.

–También puedes hacer una carne asada, fornicar, conversar, espiar por telescopio a los vecinos, limpiar y ordenar la casa, hacer reparaciones, sacar la Ouija e invocar demonios, filosofar, descubrir algo importante para la humanidad, componer una sinfonía, rallar las paredes de la casa como un niño o un esquizofrénico, escuchar conversaciones privadas, intentar bajar las escaleras como la niña poseída de El exorcista, subir a la azotea y formular preguntas que no tienen respuesta, hacer una lista de todas la maneras –viables– de suicidarse, hacer una carne asada (ya lo había dicho, pero debo insistir, dada la gravedad de la circunstancia y la absoluta e imperiosa importancia y trascendencia de la carne asada), escuchar los sonidos del silencio, hacer ruidos extraños, hablar en lenguas, recordar vidas pasadas, tener un viaje astral, mover objetos con la mente, soñar despierto, ladrar, silbar imitando una variedad de pájaros, rascarse la cabeza y ronronear como un gato, ver fijamente a la pared y sisear como una víbora, quedarse inmóvil, abrir bien los ojos y cambiar de color como los camaleones, salir al patio y pegar de alaridos, accionar el interruptor de la luz de la recámara hasta que se funda el foco, abrir y cerrar la puerta del baño de manera ruidosa y violenta durante una hora, comunicarse telepáticamente con personas al otro lado del océano, ponerte toda la ropa que tienes y sacarte una selfie con cada juego, subir comentarios de odio a redes sociales y pelear con desconocidos, hacer una lista de las personas que nos gustaría ver morir con dolor, pintar en las paredes del barrio mensajes apocalípticos y maldiciones ancestrales, rasurarse todo el pelo y vello del cuerpo, entregarse de lleno a los pecados de la carne, diseñar un diplomado universitario en blasfemia, verse al espejo, mentirse e intentar engañarse a sí mismo, leer un libro en un idioma que no entendemos y colocarnos una bolsa de plástico sobre la cabeza y respirar hondo–…

De veras que hay que ser profundamente tonto y no tener una gota de imaginación para aburrirse. Si bien el ocio es necesario cada cuando, eso de sentirse aburrido es cosa de personas que han perdido la capacidad para adaptarse a situaciones elementales. El que nos rompan nuestra agenda cotidiana es un buen pretexto para ensayar cosas. Le platico lo que yo hago: como sabe, escribo y saco fotos. Pues eso, estoy armando un pequeño libro con instantáneas y textos sobre partes de la ciudad en las que antes no me había fijado. También estoy editando la segunda edición de un libro de cocina norteña, la primera edición de uno de fábulas y cuentos, y otro libro de ensayos sobre gastronomía. También hago la selección de fotos de una exposición que voy a presentar en verano. Como soy cocinero hago recetas nuevas, las anoto y les saco foto; puede usted verlas en mis redes sociales. Por otro lado, mis libros –esos sí están aburridos– esperan a que los atienda. Por lo pronto estoy por terminar el clásico Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, leo dosis diarias de los Cuadernos de E.M. Cioran, adelanto capítulos de El infinito en un junco, de Irene Vallejo, hojeo despreocupadamante Los errantes de Olga Tokarczuk y me distraigo leyendo poesía china antigua. Cuando me queda algo de tiempo libre, me pongo a pintar acuarela. También hago carne asada cuando me sale del forro de las pelotas. Algunas tardes me da por ver alguna serie de Netflix, como Star Trek, o quizá alguna película de terror clásica, como La noche de los muertos vivientes, de George Romero. Sencillamente no me alcanza el día para hacer todo lo que me gusta. Y eso tomando en cuenta que no tengo que ir al restaurante ni hacer las tareas administrativas propias del mismo. Imagínese.

Como puede usted advertir, esto de aburrirse es una cosa netamente psicológica. El encierro está en la cabeza. Hay mucho que hacer. No hay que echarle la culpa a la pereza y a la falta de imaginación.

Insisto, si no logra resolver el problema: whisky y pornografía. No fallan.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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