Al margen de las creencias religiosas que nos mueven, existe un proverbio en el que suelo pensar cuando la vida me tiene sobre las cuerdas, golpe tras golpe (desde las derrotas, los proyectos que concluyen sin final feliz, las enfermedades, la muerte de un ser querido, y aquí cabe un largo etcétera).
“Dios no le da sus mejores peleas a quien no puede soportarlas”. Es decir, que siempre tendremos el valor de la resiliencia para moldear nuestro carácter, adaptarlo a toda clase de conflictos, tal vez caer y levantarse.
Con frecuencia escucho a deportistas y entrenadores quejarse de los múltiples conflictos que atraviesan y los veo abandonar sus proyectos de vida, el entrenamiento, el trabajo.
Es tal el desaliento que se hunden por el peso de sus problemas.
La falta de disciplina y entender que todos absolutamente todos tenemos problemas, son las causas por las que terminamos convertidos en víctimas y sometidos a una especie de parálisis provocada por el pánico.
A veces, sólo basta reconocer que como seres humanos enfrentaremos situaciones que se salen de nuestro control, pero que nadie más va a resolver. Y salvo la muerte, es lo único que no podemos remediar. Para todo lo demás siempre habrá una salida.
En momentos complicados de nuestras vidas hay que tener la humildad para solicitar ayuda, porque no siempre vamos a poder con el paquete solos.
Quiero compartirles una pequeña lectura, que es una verdadera joya.
—“Siento que he fracasado en mi misión, —se lamentó el jesuita—. Me he limitado a tantear a ciegas en la oscuridad, avanzando torpemente mientras tú evitabas que cayera por un precipicio”.
—“Pensar que uno solo puede solucionar los grandes problemas de esta vida es un tanto ingenuo” — dijo el samurái con despreocupación, mientras terminaba de vestirse al calor de las llamas —.
“Hay situaciones aparentemente irresolubles que nadie se atreve a confrontar; en tales casos, lo único que podemos hacer es dar un paso al frente con la esperanza de que otros nos sigan. Y eso es lo que usted ha hecho”.
Ayala contempló sus lamentos desde la perspectiva de Kenjiro, que hasta ese día había hecho frente a cada dificultad con gran presencia de ánimo, actuando siempre acorde a su conciencia, sin dudas ni arrepentimientos posteriores, y comprendió lo absurdas que debían resultarle sus tribulaciones.
—“Hubo un maestro en Roma llamado San Agustín —comenzó Ayala—, un bodhisattva cristiano que dijo”: “Dios no no pide imposibles, sino que manda hacer lo que puedas y pedir ayuda ante lo que no puedas”. —Sonrió, feliz de estar en compañía de aquel muchacho—.
“En otro tiempo y lugar quizás hubieras sido un doctor de la Iglesia”, Kudo Kenjiro.
—“No sé de qué me habla, Ayala-sensei, soy un simple . —Se metió la última porción de arroz en la boca—. Solo sé de arar los campos y empuñar el sable”.
Es importante abrir los ojos y detectar todo aquello que nos puede ser de utilidad para salir de las crisis. Insisto: todo puede remediarse, mientras tengamos vida. A veces las grandes respuestas están en pequeñas narraciones.