Emanuel Kant, el filósofo de Koegnisberg, creador de los imperativos categóricos, un doctrinista de cepa en materia de filosofía moral y en la ciencia jurídica, exhortaba a obrar de tal manera que sus normas de conducta fueran ejemplo para seguir por los demás; el ilustre alemán agregaba: “Que tu conducta sea norma de universal observancia”
Hasta aquí todo bien. El problema inicia cuando tenemos que establecer juicios morales para decidir que está bien y que está mal.
Entramos a terrenos fangosos. La moral es un conjunto de normas de conducta que permiten discernir entre lo bueno y lo malo, a diferencia de las normas legales que a través del derecho nos llevan a practicar la ciencia de lo bueno y lo justo. Lo amoral, es lo que está al margen de la moral y lo inmoral es precisamente lo contrario a lo moral, es decir los actos que una recta razón nos sugiere que algo está bien o algo no está bien.
Por ejemplo, todos entendemos que matar, robar, traicionar, mentir, es algo que no está bien éticamente y hacer lo contrario es una conducta absolutamente inmoral.
El psicólogo estadounidense del siglo XX (1927-1987) Lawrence Kohlberg catedrático de Harvard, hizo un recuento histórico de la filosofía moral a partir de Sócrates, y según los entendidos, la doctrina de este estadounidense tiene muchas similitudes con el ilustre pedagogo Jean Piaget y su teoría de las cuatro fases del desarrollo cognitivo, en el que se sostiene que el modo de pensar en los procesos mentales va de lo concreto que surge de la curiosidad, hasta llegar a pensamientos profundamente elaborados que invaden en el campo de la abstracción.
Piaget decía que en nuestra primera infancia, en la que el desarrollo de nuestro pensamiento es meramente embrionario, nos percatamos solamente de lo que sucede en el mundo real, lo que podemos ver o tocar, y prescindimos de los pensamientos abstractos y carecemos de la capacidad de hacer juicios de valor.
El presidente está experimentando esa regresión mental, a estados primitivos de pensamiento, que no es otra cosa que una forma de defensa psicológica frente a situaciones desafiantes y de las cuales se carecen de herramientas para enfrentarlas y vencerlas. Es incapaz de hacer juicios reales de valor, de ejercer la autocrítica y vive en un mundo de fantasía, de ensoñación, creado por él y sostenido por su sarta de lambiscones.
No incurriré en imperdonable falta a los valores del periodismo, de emplear palabras soeces en mi artículo; incumpliré a la literalidad de las expresiones del presidente, que cada vez que puede utiliza un lenguaje propio de su tierra con frases como “el pueblo se cansa de tanta (…) transa” o la perla que pronunció si reciente visita a Ciudad Altamirano en donde dijo a los reporteros: “Durante mi gobierno se acabó con el (…) modelo del neoliberalismo” o aquella desafortunada expresión del “Fuchi (…)” que le valió uno de sus muchos motes con los que el imaginario popular lo identifica. Pero a eso se reduce todo, a hacerse el simpático, pretendiendo ocultar la realidad que está frente a sus narices pero no la quiere ver.
Todo eso de “abrazos no balazos”, “vamos bien, todo el pueblo está contento, feliz, feliz”, no son otra cosa que muestras de su regresión mental a modelos primitivos de conciencia que tratan de ocultar el fracaso de su administración que prefirió ocupar a las fuerzas armadas en el desarrollo de su modelo económico personal, abandonando a su “pueblo bueno y sabio” a merced de la delincuencia y como es el caso representativo de Texcaltitlán, en el Estado de México, que sin duda alguna la señora Vilchis en su conocida sección de “Quien es quien en las mentiras” dirá que eso no es cierto y fue invento de los neoliberales, los conservadores, los enemigos del régimen y los periodistas orgánicos. Y como siempre: aquí no pasó nada, y si pasa, no pasa nada.