Por: Arturo Ortiz Struck
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Clasificar a los territorios como sistemas complejos implica algunas preguntas epistemológicas fundamentales: ¿cómo nos acercamos y desde cuáles disciplinas al problema de estudio? ¿Cómo podemos crear campos de conocimiento interconectados que permitan atender las dinámicas territoriales? ¿Cuál es el objetivo de crear una aproximación al conocimiento de los territorios entendidos como un sistema complejo? ¿Qué fines perseguiría esto? Y, ¿desde qué institución se puede establecer un acercamiento a los territorios con esta perspectiva? Tal vez resulte más sencillo explicar a un territorio como sistema complejo al mencionar cómo su evolución biológica no corresponde ni está sincronizada con los aspectos demográficos. En conjunto, tampoco están sincronizados con las dinámicas productivas y extractivas de las que históricamente han sido objeto o con el crecimiento de las estructuras urbanas, con la administración de sus elementos antrópicos, ni mucho menos con la velocidad y capacidad de las acciones burocráticas, que al menos en teoría los regulan. Además, cada elemento del sistema territorial, de manera individual y en conjunto, producen eventos no previstos en las leyes, reglamentos y normativas, muchas de ellas rebasadas por las dinámicas que se despliegan sin control a partir de una propia autorregulación que, al menos en México, está por encima de la gobernabilidad territorial desde a escala municipal, estatal o federal. En consecuencia, el territorio es de quien lo detenta, lo ocupa y lo explota, de tal forma que compromete el interés común.