Por: Claudio Lomnitz
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
A veces decimos que hay una guerra contra las drogas, pero lo que hay no es precisamente eso. La guerra de Troya tenía un fin: la captura de Helena, y la derrota de los troyanos o de los aqueos. La llamada guerra contra las drogas, en cambio, no lo tiene, porque las drogas son sustancias poderosas, que, como el famoso farmakon de los antiguos, son a la vez un veneno, una cura y un chivo expiatorio. No se puede derrotar una cosa que es al mismo tiempo un veneno y un remedio; ni mucho menos a un enemigo que hace las veces de chivo expiatorio. El heroinómano ve en la heroína una cura para sus dolencias, aun cuando reconozca, también, que lo conducirá a la muerte. Quitarle esa droga es robarle su remedio a un desvalido. El campesino que siembra amapola entre sus milpas sabe del peligro que le traerá ese cultivo, pero entiende también que sólo gracias a él podrá comer todo el año. Al igual que la heroína, la amapola es también un problema y una solución, un veneno y una cura. Y como la buena sociedad parece estar convencida de que la criminalidad se monta sobre la droga, el encarcelamiento de productores, adictos y distribuidores termina siendo un sacrificio expiatorio para una sociedad que no sabe cómo asegurar su propio bienestar. De ese modo, la llamada guerra contra las drogas hace posible que la sociedad ignore las causas de sus muchos males.