Por Bruno Miranda y Victor Villarreal
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Las entidades del Estado mexicano encargadas de las migraciones, el refugio y la seguridad nacional han forzado, de forma discrecional y a veces incluso aparentemente desarticuladas, a todas aquellas personas en tránsito o solicitantes de refugio en México a asentarse temporalmente en la frontera sur. Las caravanas migrantes han sido una de las respuestas en clave de organización y lucha migrante para acotar o finalizar los tiempos prolongados de inmovilidad forzada. En Tapachula, la violencia de la espera en sí misma o las que surgen a partir de ella están a la vuelta de la esquina. Cuando el sol se pone, salen de las sombras de los árboles, de las posadas y hoteles, todas aquellas personas, en grupos, familias o individualmente, forzadas a permanecer en la ciudad. En el Parque Miguel Hidalgo, que es el zócalo de la ciudad, las mamás y papás con niñes y sin ninguna protección pasan las noches; algunas ocupan el quiosco convertido en abrigo. A la vista de todos los que pasamos, se ve un enmarañado de piernas y niñes envueltes en sábanas sobre pedazos de cartón improvisados.