Por: Antonio Villalpando y Luz Romano
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Una primera idea, aunque parezca muy simple, es generar datos con perspectiva de discapacidad y bienestar socioemocional. Unicef tiene un modelo sencillo de implementación que se basa en un principio obvio: preguntar a quienes tienen una discapacidad y a sus familiares, así como retroalimentar las bases de datos con las necesidades planteadas por ellas y ellos. Es ofensivo e inoperante que en el sistema educativo nacional se clasifiquen tres de cada cuatro discapacidades como “otra”. Una segunda idea es la adopción de modelos de inversión por proyecto, herramientas que permiten acercarse a las niñas y los niños según su problema específico en vez de tratar de resolverlo todo con una gran oficina. Un buen ejemplo es el modelo del Banco Mundial: hacer grupos de enfoque, preguntar a la comunidad y planear, pero no para el diseño de todo un programa, sino para ajustar las intervenciones que se hacen a nivel escuela. Con esta planeación y la participación de otros agentes sociales —como OSCs, fundaciones, universidades— es posible incrementar el nivel de especificidad con el que se dedican recursos a la atención de cada niño y niña.