Por: Nadia Joyce Dominguez Aviles
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Desafortunadamente, el suelo es un recurso finito, puesto que su restauración puede llevar hasta miles de años, dependiendo de sus condiciones de deterioro. Esto se debe a que dicho recurso necesita estar en equilibrio con diferentes factores ambientales, tales como el clima, el relieve (pues cada geoforma genera suelos diferentes), la composición geoquímica y mineralógica de las rocas y, por supuesto, los organismos que forman parte de su composición, ya que contribuyen en los procesos de fragmentación, transformación y translocación de materiales orgánicos del suelo. Esta estrecha relación entre el suelo y los demás componentes del ambiente genera una dependencia entre cada uno de los factores, dando lugar a complejos, pero imprescindibles, procesos biogeoquímicos que contribuyen en la regulación del ecosistema. Si este equilibrio se ve alterado, la evolución natural del suelo se modifica y, por ende, podría generarse una disminución en la productividad biológica o la biodiversidad del suelo. La erosión del suelo es un problema que irrumpe a diferentes niveles, por ejemplo; puede verse afectado el suministro de agua, ya que el suelo interviene en el proceso de almacenamiento y drenaje de la misma: cuando se erosiona, sus capacidades de filtración se ven disminuidas, transita menos agua y, en consecuencia, la calidad de agua potable se ve afectada, además de que incrementa el riesgo de que las inundaciones sean más frecuentes e intensas.