Gabriela Muñoz Meléndez
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
El caso más emblemático del impacto de la guerra en Ucrania en la transición energética en un país desarrollado sin duda le corresponde a Alemania, cuya Energiewende inició hace treinta años acentuando el uso energético eficiente en electricidad, transporte y vivienda, y con claros objetivos de adopción de fuentes renovables. Ante el conflicto, el retiro de carboeléctricas para 2022 se aplazó. Es más, algunas centrales fueron reactivadas hacia julio de 2022, cinco meses después de iniciada la guerra en Ucrania. Además, las tres nucleoeléctricas que aún operan en el país no serán retiradas sino hasta abril de 2023. El ejemplo alemán representa el epítome de la adicción europea a los hidrocarburos rusos baratos, en particular el gas natural, considerando que el 45 % de las importaciones del energético provienen de Rusia. Se ha señalado que la crisis actual apresurará la adopción de energías renovables a corto plazo, aunque se observa que la despetrolización está siendo relegada y se siguen buscando proveedores alternativos de gas natural. En América Latina, la guerra en Ucrania provocó perturbaciones en los sectores de explotación y comercialización de hidrocarburos, de minerales y en la producción de agroalimentos. Tales impactos se han sumado a los recientes efectos de una pobre recuperación pospandemia y anteriores crisis.