Por Pauline Capdevielle
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
El concepto de androcentrismo busca visibilizar cómo nuestras instituciones y concepciones del mundo tienen un sesgo falsamente universal al haber sido moldeadas a partir de la experiencia y de los intereses masculinos, tomando como modelo de lo humano al varón blanco, de mediana edad, educado, propietario y dueño de sí. Es por esta razón que las feministas hemos sostenido que no basta poner a mujeres en espacios donde no estaban: la falla es estructural y sigue teniendo repercusiones sobre cómo pensamos y vivimos los dilemas bioéticos hoy en día. El androcentrismo, asimismo, cuestiona seriamente la fiabilidad y certeza de nuestros conocimientos. Tan es así que diferentes estudios bioéticos feministas han mostrado cómo las investigaciones biomédicas suelen privilegiar a los hombres como sujetos de estudio cuando se sabe que existen diferencias significativas entre hombres y mujeres en materia de incidencia de las enfermedades, eficacia de los tratamientos y efectos secundarios. Un buen ejemplo de lo anterior es el de las enfermedades cardiovasculares. Si bien afectan más a las mujeres que a los hombres, han sido tradicionalmente estudiadas a partir de sujetos masculinos, invisibilizando las aristas propiamente femeninas de la problemática y teniendo consecuencias adversas en las prácticas de atención médica.