La gran historia de la reflación de Trump, que apunta hacia fuertes capitales, bonos débiles y un dólar con alta valoración, por ahora está totalmente arraigada en la mente de los inversionistas globales. No sin razón.
Pero cuando la convicción es casi universal en los mercados, tiene sentido reflexionar sobre lo que los inversores pueden estar perdiendo de vista. Para mí, el defecto más probable en esta narrativa se relaciona con el costo de las políticas proteccionistas. Hay muchas cosas que se mantienen inciertas sobre las intenciones del nuevo presidente. Sin embargo, una cosa es absolutamente clara, Donald Trump está dispuesto a correr el riesgo de iniciar una guerra comercial, ya sea al aumentar los aranceles, introducir impuestos fronterizos que penalicen las importaciones en relación con las exportaciones, o ambas.
El precedente obvio es la legislación Smoot-Hawley de la década de los 30, que tal vez no provocó la depresión, pero sin duda la agudizó al imponer un incremento en los aranceles, lo que provocó represalias y perjudicó el comercio mundial.
Una guerra comercial en los mercados globalizados ahora puede ser una operación más difícil debido al complicado desarrollo de las cadenas globales de suministro. Aumentar los aranceles en las importaciones mexicanas, por ejemplo, afectará de manera muy importante a los fabricantes estadunidenses de automóviles. Que la medida pueda aumentar el empleo en Estados Unidos es discutible.
China, el otro blanco del gobierno de Trump para aplicar sanciones comerciales, parece una propuesta más sencilla. Las cadenas de suministro son menos complejas. Es decir, el porcentaje del valor de las importaciones en EU que provienen de China y que se originaron en Estados Unidos es insignificante.
Las exportaciones de China a EU son mucho más grandes que las estadunidenses al país asiático. Sin embargo, la interdependencia económica es demasiado compleja como para permitir victorias fáciles. Para empezar, llamar a China un manipulador de la moneda como un preludio para una política proteccionista, como dijo el presidente que hará, raya en lo surrealista. Desde 2014, el Banco Popular de China aumenta el valor del yuan frente a una oleada de salidas de capital, ya que los inversionistas y las empresas buscan diversificarse y los funcionarios del Partido Comunista salpican su dinero hacia el extranjero por temor a que los acusen de corrupción.
Pekín inevitablemente responderá al ataque comercial de EU al dejar de impulsar su moneda. Entonces, el dólar subirá aún más de valor de lo que se espera ahora, por lo tanto, con esto se va a socavar la competitividad de los exportadores estadunidenses.
Los chinos también pueden responder con alguna especie de incrementos de los aranceles. Al mismo tiempo, los gigantes estadunidenses de los smartphones y las computadoras externalizaron sustancialmente la producción hacia China, así que los clientes, trabajadores y accionistas de EU tendrán que soportar el incremento de los costos que se derivan de mayores tarifas o impuestos fronterizos.
Lo mismo se puede aplicar a Walmart y otras cadenas minoristas que tienen una gran dependencia de la mercancía importada de China. Entonces, allí hay un problema de interdependencia financiera.
Incluso después de que gastó casi un billón de dólares de sus reservas de divisas para reforzar el valor del yuan, China aún tiene cerca de 3 billones de dólares de reservas, la mayor parte de ellas invertida en activos con denominación en dólares, como los bonos del Tesoro de EU.
Dado que la reflación de Trump aumentará el de por sí enorme déficit del gobierno, puede ser quijotesco en extremo alienar al segundo país acreedor más grande del mundo. La posibilidad de inestabilidad financiera si China decide reajustar la composición monetaria de sus reservas está lejos de ser insignificante.
Finalmente, está la cuestión de qué país está mejor equipado para absorber el dolor de una guerra comercial. Independientemente del impacto general en la economía estadunidense, habrá resultados sectoriales extremos que impliquen un mayor desempleo. Se tendrá que pagar un precio político por eso.
El cálculo para los gobernantes de China es muy diferente. La refriega comercial estadunidense les da una gran ventaja que les permite atizar el sentimiento nacionalista como respuesta a una amenaza externa. En efecto, el proteccionismo estadunidense legitima el liderazgo antidemocrático y crea un clima en el que para Pekín es más fácil abandonar el objetivo de crecimiento al que solo puede llegar con la ayuda de una creación excesiva de crédito.
En buena medida, la salida del gobierno de Trump del Acuerdo Transpacífico le da a China la oportunidad de fortalecer su posición en la región.
Tampoco es la única ganancia inesperada para Pekín. Al plantear dudas sobre la garantía de seguridad estadunidense para Japón, Corea del Sur y otros países asiáticos durante la campaña electoral, el presidente acercó más a los países de la Asociación de Naciones del Sudeste del Pacífico (Asean) a China.
Los mercados asumen que la reflación de Trump se encargará de todos los problemas. Sin embargo, un dólar mucho más fuerte que el que se espera actualmente, además de la fricción comercial, si no es que la guerra, puede desinflar los espíritus animales de los que depende esta historia.