Lo maravilloso de las elecciones es que terminan con una decisión. Las divisiones se mantienen. Pero por el momento, se resuelve el asunto sobre quién va a gobernar. Las elecciones presidenciales de este año están en camino de ser una excepción. Incluso si Hillary Clinton gana el voto del colegio electoral de Estados Unidos por un gran margen, la suya será el deslizamiento más reticente de la historia.
Una gran parte de los estadunidenses serán receptivos a la afirmación de Donald Trump de que el resultado se manipuló. Muchas de las personas que votan por Clinton solamente le dan un apoyo renuente por el argumento de que cualquier cosa es mejor que Trump. No disfrutará una luna de miel. Las especulaciones sobre una presidencia de un solo mandato comenzarán casi de inmediato de que asuma el cargo.
Cualquiera que dude esto debe recordar el destino del presidente Barack Obama. Ahora en la recta final de su mandato, pasó los últimos seis años sin lograr convencer a un Congreso hostil para que actuara. Desde los presupuestos anuales hasta la legislación de primer aprendizaje, casi todos sus esfuerzos llegaron a nada. Sus mayores legados —la reforma de salud y la regulación de Wall Street— se pusieron en marcha en sus primeros dos años, cuando tenía una mayoría demócrata. Incluso ahora, los republicanos prometen derogar las dos leyes a la primera oportunidad. Este año, Obama ni siquiera pudo lograr que aprobaran ayudas de emergencia para las zonas afectadas por el virus del zika y un modesto endurecimiento de los controles de armas tras una serie de masacres. Esto sin tener en frente una reelección. ¿Qué posibilidades tendrá Clinton?
La respuesta depende de dos cosas. La primera es si los demócratas pueden recuperar el control del Congreso en noviembre. Hay una buena posibilidad de que recuperen el Senado con una ligera mayoría, alrededor de 51 escaños frente a 49. Pero poder recuperar la Cámara de Representantes es mucho más difícil. La posibilidad de que los demócratas recuperen las dos cámaras, un requisito previo para gobernar en el clima actual, es por lo tanto mínima.
La segunda es cómo van a interpretar los republicanos la derrota de Trump. ¿Reconocerán que llegó el momento en que finalmente tienen que convertir al partido en un partido que llegue a todas las demografías? Si es así, Clinton puede encontrar suficiente terreno para poder impulsar grandes cambios, como una reforma fiscal o una reforma migratoria. ¿O los conservadores de línea dura, liderados por Ted Cruz, el senador texano que fue la mayor competencia para Trump en las primarias, verán la oportunidad de reanudar la era de audacia política del Tea Party? En ese caso, la agenda de Clinton tendrá pocas oportunidades de avanzar.
Yo apuesto en que ocurrirá lo segundo. Sin duda, una gran derrota de Trump dará valor a los republicanos pragmáticos a advertir sobre el destino de su partido en California, donde ahora es una minoría permanente en un estado que no tiene una mayoría blanca.
El presente de California es el futuro de Estados Unidos. Lo que ocurrió puede prefigurar el declive del Partido Republicano. Pero ese es el punto que señalaron los reformistas después de la pasada derrota del partido en 2012, cuando instaron a dejar la retórica de intolerancia sobre los homosexuales y los derechos reproductivos de las mujeres y extender una rama de olivo a los hispanoamericanos. La base del partido evidentemente no le hizo caso al análisis, ya que nominaron a Trump.
Es difícil ver cómo los republicanos pragmáticos podrán convencer a una base enojada de seguidores de Trump, que creerán que Clinton se robó la elección, a abandonar sus creencias más firmes. Cruz, por el otro lado, es un político demasiado astuto como para pedirles que hagan eso. Una derrota de Trump puede mejorar fuertemente sus posibilidades de ganar la corona del partido en 2020. Para cualquier persona que esté harta de las elecciones permanentes de EU, tengo noticia desalentadora: en realidad es permanente. El siguiente ciclo ya comenzó. El disparo de salida fue la convención de Trump en Cleveland, donde Cruz se negó a respaldar al candidato republicano. En su lugar, instó a una audiencia que lo abucheó casi de manera unánime a “votar con conciencia” en noviembre.
El que Cruz no le diera su respaldo a Trump fue un teatro político dramático. Con la posibilidad de la derrota de Trump, comenzará a verse profético —incluso valiente— justo lo que Cruz busca. Cruz tiene una ventaja inicial sobre el que posiblemente sea su mayor rival, Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, cuyos tímidos intentos de un compromiso legislativo con los demócratas hizo que perdiera su aureola entre los conservadores.
Cruz también tendrá una ventaja sobre Marco Rubio, el senador de Florida, cuyas posibilidades de una reelección en noviembre son un volado.
De cualquier forma, la carrera está en marcha. Ser amable con Clinton llevará a una descalificación. Bloquear sus iniciativas se va a considerar como una credencial. Un gran número de republicanos dice que Clinton es deshonesta, lo mismo dice una minoría demócrata.
Con el tiempo, todas las tendencias políticas llegarán a un final. Por desgracia para Clinton, la profunda polarización de Estados Unidos —y la ruptura del Partido Republicano— tiene que seguir su curso. La candidatura de Trump probablemente extienda su agonía. Ya que adoptó posturas no ortodoxas, entre las que se encuentra el apoyo a los niveles actuales de gasto en seguridad social y Medicare, los conservadores podrán decir: “Se los dijimos: nos alejamos de nuestros principios al nominar a una inmoral derrochadora de Nueva York”.
Este será el argumento de Cruz. También será la pesadilla de Clinton, ya sea que gane por un gran o pequeño margen, va a heredar un pozo envenenado.