Tal vez sea su formación en Londres, su complexión robusta y su pelo corto, lo que le dan apariencia de personaje de Guy Ritchie. O tal vez sea porque es el protegido de Peter Thiel, el mayor crítico de Silicon Valley, cuya apuesta por Donald Trump le ganó un lugar en el equipo de transición del nuevo presidente, y el ostracismo de la industria de tecnología. Pero a James Proud no le podría importar menos lo que Silicon Valley piense de él.
Sin embargo, eligió San Francisco para nuestro almuerzo. Tartine Manufactory, una panadería artesanal brillante y ruidosa con madera blanca y ventanas altas. Ofrecen rebanadas de pan tostado de cuatro dólares y teacake por 18. “Eso es aburguesamiento”, dice Proud, mientras hacemos fila para ordenar. Pocas experiencias culinarias en San Francisco se pueden tener sin esperar en una fila.
Para acompañar mi smorrebrod de aguacate y sándwich de porchetta, abrazo a mi hipster interior y pido un shrub spritz Meyer de limón. Proud pide un jugo de naranja. Nadie bebe en la hora del almuerzo en San Francisco.
Después de aprender a codificar a los nueve años, durante su adolescencia recorría Twitter desde Londres “tratando de entender el Valley. En ese tiempo, nunca pensé que estaría aquí”. Pero su pasaporte para la Meca de la tecnología llegó en 2011, gracias a un programa que le paga a los jóvenes para convertirse en emprendedores en lugar de asistir a la universidad.
Al principio parecía que Silicon Valley lo recibía con los brazos abiertos. Un año después de mudarse a San Francisco, vendió su primera compañía, Giglocator, un sitio para darle seguimiento a conciertos. Proud decidió que tenía que reunirse con la mayor cantidad de gente que pudiera, “y tratar de convencerlos de ser mis amigos”. “Llegué con una idea muy idealista y un poco rosa del Valley”, recuerda.
Proud rápidamente se dio cuenta de que había mucho dinero en juego, “la gente hace cosas muy tontas”, dice. Describe un incidente en particular que destrozó su ingenuidad, cuando colocó las ganancias que obtuvo con Giglocator para iniciar Hello, una muñequera que monitorea síntomas de salud para competir con Fitbit y Jawbone, pioneros de la “tecnología wearable”.
Cuando comenzó su primera ronda de financiamiento, Proud -en ese entonces de 21 años- se encontró en medio de una “batalla de egos de Silicon Valley”. Un financiero de tecnología muy conocido ofreció ayudarle, pero desde el punto de vista de Proud, en realidad “le ayudaría a destruir la ronda de financiamiento desde el interior” por “haberme metido en su territorio” dice Proud.
“Muchas personas”, dice, “son más como narcotraficantes que cualquier otra cosa. Eso me sorprendió”.
A pesar de esta experiencia, Hello cerró su primera ronda de capital con algunos millones de dólares. Pero la siguiente batalla de Proud la dio contra sus mismos inversionistas, quienes decidieron apoyar su compañía para el monitoreo de salud solo para descubrir que su fundador había decidido que los wearables ya no eran el futuro: “Pensé que la categoría estaba condenada”.
En lugar de eso, hizo un monitor de sueño que no requería de una muñequera y que usaría un sensor enganchado a la almohada y una esfera brillante en el buró para reunir datos ambientales como ruido, humedad, temperatura y calidad del aire que pueden afectar el sueño.
“El consenso general entre los inversionistas fue, ‘vendamos la compañía ahora y vamos a salirnos mientras todavía hay dinero en el banco’”, recuerda. Pero logró seguir adelante porque mantuvo el control de la compañía a través de la misma estructura a favor del fundador que utilizaron Zuckerberg en Facebook y los fundadores de Google: acciones de “clase doble” que permiten que los fundadores conserven el control y el derecho a voto.
Cuatro años más tarde el cambio parece profético. Después de ver que sus propios inversionistas eran escépticos, recaudó 2.4 millones de dólares más en Kickstarter en 2014 y Sense, su nuevo producto, ahora se encuentra en los inventarios de grandes cadenas minoristas estadounidenses como Target y Best Buy. Mientras tanto, los pioneros de la “tecnología wearable”, como Jawbone y Pebble, tienen dificultades financieras.
Para lograr que la gente utilice cualquier tecnología, dice, “el enemigo número uno es la fricción... si tienes que cargarla, usarla, presionar botones, se va a descomponer y eso es lo que veo en los wearables. Requieren de más esfuerzo que los smartphones, pero dan menos servicios”.
Esta visión animó a Thiel a invertir 2 millones de dólares de sus propios fondos en Hello, seis años después de facilitar que Proud se mudara a San Francisco. Es el primer Thiel Fellow en el que el capitalista de riesgo invierte personalmente.
Mientras otros buscan desvincularse de Thiel desde su respaldo a Trump, Proud es pragmático. “Peter es increíblemente listo. Es un activo tenerlo en el gobierno, no para nosotros como compañía, sino para el país”, dice, y esquiva la pregunta política. “Mira, si actualmente Peter se encuentra bajo un mayor escrutinio, y tiene que responderle a la gente por sus decisiones, eso es algo bueno...creo que se debe desafiar a todo el mundo”.
A pesar de que se queja sobre el “dolor y la tortura” de la lucha contra sus rivales e inversionistas, y los intentos de “extorsión” de las cadenas minoristas y los proveedores, a Proud no le preocupa una pelea.
“Creo que mi cerebro probablemente está conectado de alguna manera incorrecta. Puedo superar ese tipo de cosas y nunca cansarme, siempre y cuando al final pueda ganar”, dice.