Hace siete años, caminé por los largos pasillos en blanco y negro de la Oficina Ejecutiva del Presidente de la Casa Blanca , hasta un salón que ocupaba Peter Navarro, asesor del entonces presidente Donald Trump.
El escritorio de Navarro estaba enterrado bajo pilas de papeles. “Siempre soy un desorden”, se rió el economista, y presentó un informe de 140 páginas con una bandera estadunidense en la portada titulado Evaluación y fortalecimiento de la base industrial de fabricación y de defensa y la resiliencia de la cadena de suministro de los Estados Unidos. En él se afirmaba que de manera peligrosa el país se había vuelto dependiente de proveedores extranjeros para bienes vitales y, por lo tanto, necesitaba políticas industriales y controles comerciales.
“Eso es un poco retro”, bromeé. La última vez que ese tipo de lenguaje proliferó fue durante y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadunidense intentó moldear las empresas en función de sus fines nacionales. En tiempos de paz, podría decirse que el único momento comparable fue la explosión del proteccionismo en todo el mundo que siguió al desplome de Wall Street en 1929.
Ese episodio terminó tan mal que, a finales del siglo XX, la política industrial y los aranceles parecían tan pasados de moda como las flappers (mujeres jóvenes e independientes que desafiaron las normas sociales y políticas de la década de 1920).
Los pasillos de la Oficina Ejecutiva del Presidente estaban llenos de funcionarios con una ética a favor de la globalización y del libre mercado, que generalmente veían el comercio a través de la lente del economista clásico David Ricardo (1772-1823). Su premisa era que el comercio abierto beneficia a todos: los países exportan bienes para ganar dinero y pagar las importaciones, y si cada uno se especializa en áreas de ventaja comparativa, entonces todos salen ganando.
“¡Ricardo ha muerto!” respondió Navarro, antes de lanzarse a una diatriba contra los economistas de la cultura dominante de Estados Unidos (EU) y el Financial Times (FT), que al amigo de Navarro, el agitador de derecha Steve Bannon, le gustaba decir que era similar al boletín de la iglesia de una religión que querían derrocar. Señalé que la crítica era mutua.
Navarro se encogió de hombros. “Tú y los demás escritores del FT sabrán que tengo razón, ¡ya lo verán!” Salí, con el informe en la mano, con la suela de mis zapatos resonando en los pisos de mármol.
Siete años más tarde, ese diálogo todavía resuena en mi mente, con un nuevo significado. El lunes, Donald Trump se convertirá en el cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos. Navarro regresará a ese edificio de la Oficina Ejecutiva del Presidente para actuar como asesor sénior de comercio y fabricación, un doble regreso para un hombre que cumplió una sentencia de cuatro meses de prisión en Miami el año pasado por desacato al Congreso, impuesta después de que se negó a entregar notas o testificar ante un comité selecto de la Cámara de Representantes sobre el ataque al Capitolio de EU del 6 de enero de 2021.
El debate sobre el comercio ya no se desarrolla en términos ricardianos, como reconoce Alan Wolff, exsubdirector general de la OMC. “176 naciones se unieron a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y se comprometieron a no usar los aranceles como arma”, escribió en un memorando reciente, y de forma separada señaló que desde 1950 el comercio global aumentó 4 mil 400 por ciento, impulsando un vertiginoso crecimiento.
el dato...166 miembros cuenta la OMC
De los cuales 117 son países o territorios aduaneros distintos en desarrollo.
Pero ahora, añade, “se produjo un cambio de paradigma en la política”. Trump amenaza con imponer aranceles de 25 por ciento a países supuestamente amigos como México y Canadá, y la autoridad de la OMC prácticamente se desmoronó. En otras palabras, las ideas promovidas por hombres como Navarro y Bannon pasaron de la periferia al centro del escenario.
La visión de Navarro
Para entender estos acontecimientos, vale la pena examinar la historia de Navarro, que tiene un gran valor simbólico. Nacido en 1949, hijo de un músico y una secretaria, pertenecía a una generación que quería abrazar el mundo. Después de estudiar en la Universidad Tufts, trabajó para el Cuerpo de Paz en Tailandia y, en la década de 1980, se doctoró en Economía en Harvard.
En esa época, Ronald Reagan estaba desatando un movimiento económico neoliberal que defendía la mínima intervención estatal, la desregulación, el libre comercio y los bajos impuestos como receta para el crecimiento. Y cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1991, parecía que el libre mercado, la democracia y la globalización habían triunfado. La historia no había llegado a su fin, por citar el famoso libro de Francis Fukuyama, pero parecía ir en línea recta hacia una mayor globalización y liberalización.
La obra de Navarro reflejaba esto, hasta cierto punto. Estudió la oferta y la demanda en los mercados estadunidenses de energía, prediciendo (con exactitud) que habría apagones de electricidad, y luego enseñó economía en la Universidad de California, en Irvine, y escribió en 2001 un libro sobre la inversión en los mercados globalizados titulado If It’s Raining in Brazil, Buy Starbucks (Si llueve en Brasil, compra Starbucks).
“(Navarro) era ortodoxo y liberal en aquel entonces”, recuerda Glenn Hubbard, un economista partidario del Partido Republicano que estaba en la misma cohorte de doctorado de Harvard. Seeds of Destruction (Semillas de destrucción), un libro de 2010 que coescribió con Navarro, se esforzaba en señalar que este último apoyaba a los demócratas.
Pero las opiniones de Navarro estuvieron cambiando. “Fue en 2003 cuando empecé a notar dos tendencias particulares”, recordó en su libro Taking Back Trump’s America, publicado en 2022. Una era que sus estudiantes estaban perdiendo sus empleos; la otra era que las empresas ya no los patrocinaban para hacer sus MBA. Investigó y llegó a la conclusión de que la causa fundamental era la admisión de China en la OMC en 2001, algo que le permitió a ese país atrapar “enormes porciones de la participación del mercado mundial”.
Si Ricardo hubiera estado vivo, tal vez habría señalado que los consumidores estadunidenses también se beneficiaban con productos más baratos, un punto que importa, ya que el amor de Ricardo por el libre comercio tenía la influencia de su odio a la forma en que los oligarcas ingleses del siglo XIX, utilizaban las llamadas Leyes de los Cereales para manipular los precios. Más específicamente, quería abolir las Leyes de los Cereales para permitir que los productos tuvieran precios según la demanda y alentaba a los países a enfocarse en sus áreas de ventaja estratégica para reducir aún más los costos; por ejemplo, que Inglaterra cambiara sus exportaciones de lana por vino portugués.
Pero Navarro llegó a la conclusión de que con China en la OMC era imposible crear el tipo de igualdad de condiciones que Ricardo quería, porque Beijing había manipulado el sistema. “EU, la alcancía, seguirá siendo saqueado por un déficit comercial que transfiere más de medio billón de dólares de riqueza estadunidense al año a manos extranjeras…(a través de) espionaje industrial, haciendo trampa de forma generalizada, robo de propiedad intelectual, transferencia forzada de tecnología, capitalismo de Estado y desalineación de la moneda”, dijo más tarde a los estudiantes de Harvard. “¡Ya es hora de que la torre de marfil vuelva a imaginar y a rediseñar sus modelos de comercio!”.
No sorprende que los economistas en esa “torre de marfil” --en Harvard y en otros lugares-- se enfadaran. Una razón fue que el papel de China en la producción global parecía haberla vuelto más eficiente. Otra fue que muchos economistas culpaban a la automatización --no a China-- de la pérdida de empleos. También creían que, en la medida en que las importaciones baratas estaban creando un gran déficit comercial para EU, esto se compensaba con flujos de dinero. Más específicamente, los chinos usaban los dólares que ganaban con las exportaciones para comprar activos como bonos del Tesoro.
La visión de Navarro sobre el comercio también parecía estar fuera de sintonía con los negocios del siglo XXI. En la época de Ricardo, se trataba principalmente del intercambio bilateral de bienes (por ejemplo, lana por vino). En la actualidad le dan forma servicios y operaciones digitales que trascienden las fronteras nacionales. El movimiento de bienes es extremadamente complejo: cuando Apple fabrica iPhones, por ejemplo, utiliza cadenas de suministro que involucran a 43 países, mientras que las partes de un coche “hecho en Estados Unidos” pueden cruzar la frontera mexicana siete u ocho veces durante el proceso de fabricación.
La conmoción neoliberal
Pero el malestar con el neoliberalismo estaba creciendo. Ya en 1999, estallaron protestas progresistas en Seattle, cuando activistas de izquierda interrumpieron una reunión ministerial de la OMC para expresar su enojo contra la globalización, a la que culpaban por el aumento de la desigualdad y el daño ambiental.
A principios de la década de 2000, estas preocupaciones habían alimentado el movimiento ambiental, social y de gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés), influyendo también en los centristas. “Algunos de nosotros empezamos a darnos cuenta de que no se le prestaba suficiente atención a las personas que se quedaron atrás (por la globalización y el cambio tecnológico)”, dice Hubbard, cuyo libro de 2022, The Wall and the Bridge, pedía que se prestara atención a las partes interesadas, no solo a los accionistas y las utilidades.
Luego, estas ideas se propagaron entre el grupo de políticos de derecha, que más tarde se unirían en torno al movimiento Make America Great Again (Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo). Ya en la década de 1980, Trump se mostraba cauteloso con el libre comercio. Pero después de que Jared Kushner, su yerno, hizo que su atención se enfocara en los libros de Navarro, se alarmó aún más por China.
Lo mismo ocurrió con Bannon, el autodenominado “populista nacionalista”. Cuando Trump ganó las elecciones de 2016, empezó a convertir su retórica proteccionista en realidad, imponiendo aranceles a China en áreas como el acero y obligando a renegociar acuerdos comerciales.
Esto fue una conmoción para los neoliberales. Pero lo que fue mucho más sorprendente fue que incluso después de que Trump perdiera las elecciones de 2020 ante Joe Biden, el péndulo intelectual siguió oscilando.
En la oposición, Biden había criticado la retórica proteccionista y xenófoba de Trump. Pero una vez que llegó a la Casa Blanca, mantuvo muchos de los aranceles de Trump y agregó algunos nuevos. También formuló una visión de la política industrial --las Bidenomics-- que, irónicamente, coinciden en temas sobre la protección de la cadena de suministro que se encuentran en el informe “retro” que Navarro me presentó en 2018 en el edificio de la Oficina Ejecutiva del Presidente.
Y Biden no era el único. En abril pasado, el Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló que en 2023 se registraron 2 mil 500 medidas de política industrial entre sus miembros, de las cuales dos tercios distorsionan el comercio. “Ahora, la política industrial parece que vuelve a estar presente en todas partes”, comentó, y señaló que, si bien antes ese tipo de políticas se limitaban a las pequeñas naciones en desarrollo, en 2023 “China, la Unión Europea y Estados Unidos representaron casi la mitad de todas las nuevas medidas”.
el dato...4 mil 400 por ciento
Creció el comercio mundial desde 1950, según OMC.
¿Por qué? El FMI atribuyó la culpa a “la pandemia, las tensiones geopolíticas acentuadas y la crisis climática, (que) plantearon inquietudes sobre la resiliencia de las cadenas de suministro”, junto con un creciente malestar “sobre la capacidad de los mercados para asignar recursos de manera eficiente”. Los historiadores del futuro también podrían citar la ira de los votantes hacia las élites debido al estancamiento de los ingresos.
Los número mandan
Hay otra forma de enmarcar este cambio: las últimas dos décadas nos obligaron a todos a reconocer los límites del oficio del economista. A finales del siglo XX, en medio del auge de las ideas de libre mercado y una explosión de la potencia computacional, que facilitó la creación de modelos matemáticos complejos, la disciplina a menudo parecía una especie de sacerdocio de formulación de políticas cuantitativas. Esta era una época en la que el homo economicus parecía gobernar. Se suponía que los flujos comerciales creaban paz, existiendo casi en un ámbito fuera de la política.
Sin embargo, cualquier modelo económico es tan bueno como sus “insumos”, y estos modelos fueron derribados en repetidas ocasiones por elementos que no estaban incluidos en el análisis de números, como el riesgo médico, el cambio tecnológico, la cultura, el conflicto social, los problemas ambientales y la guerra. Los griegos que crearon la raíz de la palabra para la disciplina --oikonomia-- no se habrían sorprendido por esto: ellos veían la oikonomia como la dirección o administración del hogar o la comunidad. Pero no era de esa manera como lo veían los neoliberales: se suponía que los mercados debían cuidar de sí mismos. Mandaban los números.
Por lo tanto, una manera de entender los cambios intelectuales actuales es que estamos volviendo a la oikonomia. La derecha política quiere “manejar” la seguridad nacional; la izquierda quiere “manejar” nuestra ecología y equidad social. De cualquier manera, es el homo politicus, no el homo economicus, el que domina: el comercio ya no se trata “solamente” de intercambios económicos, sino de poder, en especial del tipo hegemónico.
Y eso nos regresa a la mentalidad de principios del siglo XX descrita por el economista Albert Hirschman, hace mucho tiempo olvidado, en su libro de 1945, National Power and the Structure of Foreign Trade (Poder nacional y la estructura del comercio exterior), donde se tiene la suposición de que “un aumento de la riqueza a través del comercio exterior conduce a un aumento del poder en relación con el de otros países… (y) un conflicto entre los objetivos de riqueza y poder del Estado es casi impensable”.
Por supuesto, la intimidación nunca desapareció del escenario mundial; incluso en la era de libre mercado de Reagan, hubo amenazas arancelarias. Pero cuando países como China intentaron intimidar a Australia o Corea del Sur hace una década, esto solía ser de manera sutil. Ahora es algo abierto, y no solo afecta a los bienes, sino también al dinero.
“Estimamos que el poder geoeconómico de EU depende de los servicios financieros, mientras que el poder chino depende de la fabricación”, dice Matteo Maggiori, un economista, en un nuevo documento del que es coautor sobre estas políticas de poder hegemónico. O como dice Wolff: “EU no es el primer país en los tiempos modernos que utiliza el poder como base para las relaciones comerciales, solo es el primero en hacerlo abiertamente”.
El realineamiento comercial
¿Qué va a suceder después? En las últimas semanas, planteé esa pregunta a algunas personas del círculo de Trump. Pocos hablarán oficialmente antes de las audiencias de confirmación del Congreso, y hay divisiones entre ellos. Algunos están dispuestos a restar importancia a los papeles de Bannon y Navarro como “simples” asesores; el primero, por su parte, estuvo involucrado en una guerra de palabras con el multimillonario tecnológico y aliado de Trump, Elon Musk, sobre las visas H-1B para trabajadores calificados.
Sin embargo, surgen varios temas clave. Uno, como me dice Bannon, es que “hay una opinión generalizada en el movimiento MAGA, incluidos los niveles superiores del círculo del presidente Trump, de que la economía neoliberal fracasó y la economía ricardiana ya no es relevante. Estamos en una lucha nacionalista populista”.
Un segundo tema clave es la profunda hostilidad hacia China, hasta el punto en que algunos trumpistas se muestran renuentes incluso a ver a Beijing comprar muchos bonos del Tesoro. Un tercero es que si se reimaginan los flujos comerciales, también podría ser necesario reimaginar las finanzas, para proteger los intereses estadunidenses; es posible que se tenga que replantear el denominado sistema de Bretton Woods, creado por los aliados occidentales en 1944 para dar forma a las finanzas mundiales. O como dijo Scott Bessent, el candidato a secretario del Tesoro, en el verano: “Estamos en medio de un realineamiento de Bretton Woods… me gustaría ser parte de eso”.
En cuarto lugar, los acólitos de Trump piensan que su “genialidad” política --como la llaman algunos-- se basa en su capacidad de actuar de maneras impredecibles y agresivas que desestabilizan a sus rivales. “¿Por qué atacó a Canadá? En parte es solo para divertirse, para demostrar quién es fuerte y quién está al mando”, dice un funcionario. Y eso tiene una implicación crucial: no sabemos qué tanto de la retórica de Trump sobre el comercio --o cualquier otra cosa-- se convertirá en realidad.
Después de todo, en su primer mandato sus ladridos a menudo fueron peores que sus mordidas, y esta vez sus promesas políticas están plagadas de contradicciones internas. Por ejemplo, si Trump impone aranceles a gran escala, es probable que esto fortalezca al dólar --como el propio Bessent señaló anteriormente-- e incluso podría ampliar el déficit, que no es lo que Trump dice que quiere ver. Por otro lado, si impone aranceles, esto podría aumentar la inflación (aunque prometió reducirla).
O una tercera contradicción: si Trump levanta barreras en un intento de aumentar el poder de su nación, esto podría alentar a otros países a tener más comercio entre sí, alrededor de Estados Unidos.
De hecho, un detalle sorprendente sobre el mundo en 2025 es que, aunque grupos como el FMI se preocupan por la retórica proteccionista y las políticas que distorsionan el comercio, la mayoría de los economistas esperan un crecimiento global bastante fuerte el próximo año, y que el comercio también siga aumentando. Tal vez esto sea demasiado optimista, pero muchos países y empresas se están volviendo más hábiles para reorientar las cadenas de suministro.
En un estudio de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York se sugiere que si se observan las cuatro métricas de la globalización actual --el movimiento de dinero, personas, información y bienes-- todavía se encuentra cerca de un máximo histórico. El hecho de que EU amenace con volverse aislacionista no significa que el mundo entero también esté en ese camino.
Esto no desalienta a Navarro, en lo absoluto: mientras se prepara para regresar a la Oficina Ejecutiva del Presidente, está ansioso por demostrar que los críticos están equivocados. “Los aranceles netos reducirán el déficit comercial de EU y, por lo tanto, impulsarán el crecimiento del PIB real, al tiempo que desacelera la transferencia de activos estadunidenses a manos extranjeras, preservando así la riqueza de EU”, me dice después de que señaló las inconsistencias de las promesas políticas de Trump

.“A medida que la inversión y la producción internas aumenten y las cadenas de suministro se vuelvan más estables y resilientes, los salarios reales aumentarán, la inflación caerá y nuestra nación estará más segura”, continúa, argumentando que “Drill, baby, Drill” (perfora, cariño, perfora) y la reducción de los costos regulatorios ayudarán a combatir la inflación. “Esa es la esencia de las Maganomics”.
¿Es una locura? ¿Una genialidad? ¿O es simplemente una señal de que la historia --y las modas intelectuales-- siempre se mueven como un péndulo? Tal vez los historiadores tengan una respuesta clara dentro de siete años. Sin embargo, en la actualidad solo podemos observar, con inquietud.
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