Esta semana, el mundo se enfrenta al terrible costo humano de los conflictos, pero a medida que surgen más titulares horribles de Medio Oriente y Ucrania, los economistas también intentan calcular el costo financiero de esta fractura geopolítica.
Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI). Acaba de publicar su último informe de Perspectivas de la Economía Mundial (WEO, por su sigla en inglés), con el análisis habitual de las trayectorias futuras de deuda, crecimiento e inflación. Un elemento novedoso de este año es que la palabra “fragmentación” se cita no menos de 172 veces; hace cinco años solo se mencionaba una vez.
Tal vez no sea ninguna sorpresa. Los economistas del FMI (al igual que los inversionistas globales) temen que el aumento de las luchas socave el crecimiento, sobre todo al romper las cadenas de suministro mundiales. “La fragmentación de los países en bloques que comercian exclusivamente entre sí puede reducir el PIB mundial anual hasta en 7 por ciento”, señala el informe.
De hecho, en un sorprendente reflejo de este deslizamiento hacia una mentalidad al estilo de la Guerra Fría, los modelos del FMI sobre los costos de la fragmentación de las alianzas se basan en los bloques de votación que surgieron en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tras la invasión de Rusia a Ucrania, un mundo en el que China y Rusia están aliadas contra Occidente.
Las empresas también están nerviosas: un ejercicio del FMI muestra que “antes de la pandemia, las empresas apenas mencionaban palabras clave relacionadas con la fragmentación, pero su uso se disparó después de la invasión de Rusia a Ucrania”. Este aumento es marcado en el sector de las materias primas.
Una pregunta interesante que plantea el WEO es hasta qué punto este parloteo beligerante alteró realmente las cadenas de suministro occidentales. En otras palabras, ¿las disputas geopolíticas están provocando o no el reshoring (deslocalización) y el friendshoring (el traslado de operaciones a países amigos o aliados)? Es una pregunta difícil de responder con precisión, ya que las cadenas de suministro son notoriamente opacas. La mayoría de los análisis anteriores sobre esta cuestión se basan en estadísticas de comercio transfronterizo y en inversión extranjera directa.
Éstas revelan cierto reajuste; la inversión extranjera directa estadunidense en China cayó desde un máximo de 20 mil 900 millones de dólares en 2008 a un mínimo de 18 años de 8 mil 200 millones en 2022, pero como la Unión Europea mantiene un déficit comercial récord con China —y el déficit de EU también alcanzó un récord este año—, estos datos a escala macroeconómica no explican realmente lo que está ocurriendo con las cadenas de suministro.
Por eso, en un intento por contribuir a este debate, el Banco de Pagos Internacionales acaba de realizar un novedoso ejercicio ascendente. Utiliza una amplia base de datos global de las cuentas financieras de las empresas “y sus relaciones declaradas con clientes y proveedores” para crear dos imágenes de la actividad, en diciembre de 2021 y septiembre de 2023. Los resultados merecen atención.

Este ejercicio comienza señalando que las cadenas de valor globales “están en medio de una realineación de gran alcance” desde la invasión de Rusia a Ucrania y los debates subsiguientes sobre el nearshoring y el friendshoring se “enfocaron la atención en los méritos de desarrollar relaciones más cortas y resilientes con proveedores”. Luego, el análisis sugiere que la dependencia de las empresas globales de los proveedores transfronterizos cayó “notablemente” entre 2021 y 2023: lo más sorprendente es que las empresas occidentales redujeron el abastecimiento en un solo paso de China.
Eso no significa la creación de redes comerciales regionales exclusivamente occidentales. En vez de eso, los usuarios finales se abastecen de bienes básicos e intermedios de lugares como China a través de intermediarios en países como Vietnam. El resultado es un “aumento de los vínculos indirectos entre naciones, a medida que nuevos nodos de empresas se interpongan en las cadenas de suministro existentes”, señala el BPI.
Para los usuarios que se encuentran en Asia, esto empieza a producir una red comercial bastante cohesiva, ya que la integración regional asiática aumentó; sin embargo, para los usuarios finales estadunidenses y europeos, esto significa que las cadenas de suministro se vuelven cada vez más complejas. Lo que está surgiendo no es tanto una deslocalización como una reorganización: un nivel cada vez mayor de complejidad que amplió la “distancia” en las cadenas.
Esto tiene tres implicaciones clave. En primer lugar, significa que las empresas occidentales siguen expuestas a los caprichos de la geopolítica; como muestra un perspicaz informe del Centro de Investigación de Política Económica, si China deja de vender materiales básicos a los intermediarios, los usuarios finales sufrirán.
En segundo lugar, esto crea desafíos de supervisión para las juntas directivas y los inversionistas occidentales, ya que es más difícil para las empresas rastrear lo que hacen los proveedores (por ejemplo, en cuestiones ambientales o sociales) si hay varias etapas en una cadena de suministro.
En tercer lugar, esta tendencia es inflacionaria. Antes las empresas occidentales crearon vínculos comerciales de un solo paso entre EU y China para aumentar la eficiencia y reducir los costos: esta fue una razón de ser de la globalización. Si las cadenas se vuelven más multicapa, los costos aumentarán; la slowbalización (desaceleración del comercio internacional) está reemplazando a la globalización, como señala Morgan Stanley.
Un punto clave es que no es solo el espectro de una prohibición del comercio entre bloques geopolíticos durante la Guerra Fría algo que debe preocuparnos: una prolongación más sutil de las cadenas de suministro aumentará la inflación y frenará el crecimiento.
Los clientes occidentales bien pueden considerar que es un precio justo a pagar por una mejor seguridad nacional y resiliencia corporativa. Me parece bien, pero si la tendencia continúa, creará un mundo diferente al de las últimas décadas. La reorganización —no solo la deslocalización— es el tema que debemos vigilar ahora.
