Alicia Bárcena (Ciudad de México, 1952), secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) desde 2008, es la primera mujer en ocupar ese cargo. Es bióloga egresada de la UNAM y maestra en Administración Pública por la Universidad de Harvard, que también le otorgó un doctorado honoris causa en septiembre pasado.
¿Cómo es que una bióloga terminó encaminada en temas económicos?
Yo he tenido varias vidas. Empecé como bióloga; de hecho, era investigadora de taxonomía, un tema árido pero muy bonito. Mi gran cambio fue cuando me fui a Yucatán y trabajé en la región maya, ahí me di cuenta de todas las problemáticas sociales de las comunidades indígenas de Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
En esas comunidades primero hice investigación sobre el uso que los mayas le daban a las plantas, después fui evolucionando hasta entender la problemática del uso del suelo, del agua, los tremendos conflictos de intereses que había entre la agricultura y me fui moviendo poco a poco a un pensamiento más de desarrollo. También fui invitada a formar parte del equipo de gobierno en 1982 como subsecretaria de Ecología en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología. Fui la primera mujer ahí.
Más tarde me di cuenta que el tema ambiental por sí mismo necesitaba dialogar con el económico, porque si no tienes a los economistas de tu lado para entender el tema ecológico, no llegas muy lejos... eso sigue vigente.
Entré a Naciones Unidas en 1990, empecé trabajando en el tema marino, de los océanos de los pequeños estados insulares, por eso me siento tan cercana al Caribe. Poco a poco me fui yendo hacia el tema económico, presupuestario y fiscal para ir viendo los espacios para lograr una sostenibilidad ambiental y, finalmente, fui a dar al programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, pasando por Costa Rica, donde fui fundadora de una organización de la sociedad civil que cuidaba los acuerdos logrados en Río, Brasil, desde la perspectiva de la ciudadanía.
Después entré a la Cepal, postulé para un cargo y lo gané, fui directora de Medio Ambiente y Asentamientos Urbanos. Poco a poco fui entendiendo la disciplina económica desde adentro y la fui complementando con lo social.
En la Cepal fui invitada a ser la secretaria adjunta y me fui a la sede, en Nueva York, donde tuve varios cargos, pero tiempo después pedí volver a América Latina, porque no quería seguir trabajando solo en administración, sino volver a la región, y me dieron la oportunidad de volver como secretaría ejecutiva.
¿Le costó trabajo crecer en un sector que está liderado por hombres?
¡Muchísimo! Es muy difícil la igualdad de género, no es algo automático ni fácil, y mi generación luchó mucho para lograr esa igualdad. Yo tengo dos hijos y tampoco es fácil. Tengo esposo, casa; a las mujeres siempre nos cuesta más todo, más si te equivocas; tienes que estudiar mucho más, llegas a tu casa y tienes que hacer todo lo que no hiciste porque estabas trabajando.
Los hombres dicen: “Te ayudo”, pero no se trata de que te ayude, sino de que compartan; hay que ir cambiando las mentalidades. Yo siento que tuve una gran contribución en la educación de mis dos hijos, son absolutamente igualitarios en su trato con las mujeres y eso me llena de satisfacción porque son dos jóvenes que saben lo que existe, lo que significa la igualdad de género, y la practican.
A veces, las mujeres no ayudamos mucho, ese es un punto; el otro, es cómo vencer una cultura en la que los hombres le abren la puerta a los hombres y en el techo de cristal no te dejan pasar a ciertos niveles. Te dicen: “Sí, qué lindas las mujeres, pero que sigan sirviendo el café, que hagan las cartas”. Pasar ese techo de cristal no es imposible, pero hay que convencer a los hombres.
¿Qué más implica la igualdad?
Igualdad de género significa trabajar juntos, no que haya más mujeres que hombres.
Por ejemplo, la economía del cuidado no puede ser de las mujeres, además dicen que las mujeres no trabajan, claro que trabajan, trabajan en la casa: limpian, barren, pero no tienen una remuneración, es lo que nosotros llamamos trabajo no remunerado y no protegido.
Esas mujeres, al envejecer, no tienen protección social, siguen dependiendo de alguien. Toda esa emancipación es autonomía económica y política física de las mujeres, es una lucha.
Es una cultura y no es fácil porque el hombre está acostumbrado a ver al hombre, no necesariamente a incorporar a las mujeres y a veces también dicen: “Es que las mujeres son muy problemáticas, se tienen que ir más temprano”, ese es el síndrome, donde el hombre se puede quedar y las mujeres no.
¿Usted ha sentido culpa por dejar a sus hijos, a su marido, su casa?
Sí, claro, por supuesto. Por supuesto que te sientes culpable: ya lo dejé y no estuve. Ahora tengo hijos mayores de 40 a quienes pregunto: “bueno, ¿qué fue los que más les afectó realmente?”, ellos me dicen: “No, en realidad no nos afectó tanto”.
La culpa definitivamente es una tradición judeo-cristiana. El sentirte culpable de todo, yo creo que hay que salir de eso, en todo caso es una responsabilidad colectiva, no solamente individual, la igualdad de género y de la mujer no solamente es una decisión familiar o individual, es una decisión social.