Cuando el argentino Jorge Mario Bergoglio desembarque en La Habana este sábado, lo hará como un Papa triunfador a los ojos de los cubanos, a diferencia de Juan Pablo II en 1998, de quien se temía causara un sismo ideológico, y de Benedicto XVI, quien por su ascendencia germánica conectó poco con los isleños en 2012.
"Si el Papa sigue hablando así (contra la pobreza en el mundo), les aseguro que yo terminaré rezando nuevamente y volveré a la Iglesia católica, no lo digo como una broma", dijo a la prensa el presidente Raúl Castro tras reunirse en el Vaticano con Francisco en mayo pasado para agradecer su mediación en el deshielo entre EU y Cuba.
Raúl Castro, al igual que ha hecho su hermano Fidel, evocó con respeto entonces su formación en Cuba por los padres jesuitas, misma denominación a la que se adhiere el primer Papa latinoamericano y que sin duda es un detalle adicional a favor de un diálogo más fluido.
Francisco oficiará una misa el domingo 20 en la Plaza de la Revolución —antes recorrerá 18 km para saludar a los habaneros desde el papa-móvil—, y más tarde se reunirá por segunda vez en cuatro meses con el presidente cubano, sin que se descarte un intercambio privado con Fidel Castro. El lunes estará en la provincia oriental de Holguín para concluir su gira en Santiago de Cuba (este), de donde partirá hacia EU el martes 22.
Este Papa hallará aquí "un ambiente popular como no lo hubo con los dos anteriores", ha dicho el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, para quien la visita tendrá "un sentido muy específico para acentuar el espíritu de diálogo en la Iglesia y fuera de la Iglesia" y seguir apoyando la aproximación a EU.
Bajo el mando de Ortega, la Iglesia dejó atrás el "bando de los enemigos", donde fue enmarcada cuando en los años 1960 la confrontación entre partidarios y contrarios a la revolución era a tiros. "Hoy la Iglesia es el principal interlocutor ante el gobierno" de sectores muy diversos de la sociedad, considera Enrique López Oliva, profesor de religión de la Universidad de La Habana y ex alumno de los jesuitas.
Con la mediación del cardenal Ortega, Raúl Castro liberó en 2010 a un centenar de presos políticos y aprobó las marchas dominicales de las opositoras Damas de Blanco, familiares de dichos disidentes, que hoy se oponen al cardenal y a la nueva relación entre EU y Cuba, que se discute de manera bilateral.
Durante la visita del Papa "esperamos que pueda producirse un acuerdo al nivel de la Santa Sede con el Estado cubano sobre la Iglesia en Cuba, en el que se recoja todo lo alcanzado, se precise que eso se mantendrá para siempre y quede, además, un marco para seguir adelante. Pero, sin duda, se ha establecido un proceso de gran fluidez que debe continuar", dijo el cardenal Ortega a la revista Palabra Nueva, una de las publicaciones de la Iglesia fuera del control estatal de los medios locales y desde la cual el clero fija sus posiciones.
La Iglesia católica no tiene en Cuba la influencia que tuvo hasta el triunfo de la revolución en 1959 y está lejos del alcance que registra en México. "No ha dejado de ser pequeña" y "necesitada de medios materiales", reconoce el padre José Conrado.
Pero para el presidente Castro parece ser una institución confiable desde su distancia del gobernante Partido Comunista, con la cual se mantiene en diálogo permanente como parte de las reformas que impulsa desde hace varios años, centradas en la economía —reducción del peso del Estado, apertura de mini negocios privados y cooperativas—, pero con una impacto ascendente en la política y en el tejido social, que va dejando atrás el igualitarismo de las pasadas décadas.
Cuba está urgida de insertarse en la modernidad, el gobierno admite que necesita al menos "dos mil millones de dólares al año de inversión extranjera directa" para que los cambios económicos avancen e impacten en los bolsillos de la población, y en esa perspectiva el Estado Vaticano y su jefe, el papa Francisco, pueden cumplir un papel tan favorable a La Habana como el jugado en el acercamiento a Washington.