En el lobby del restaurante de la planta baja de la Torre Trump y alrededor de la cafetería del primer piso el ambiente es de fiesta. Decenas de personas ataviadas con sus banderas y gorras rojas con la leyenda “MAGA” festejan –trago en mano– cada anuncio del nuevo presidente, Donald Trump.
Un hombre con camisa estrellada y sombrero texano detrás de la consola de sonido anima a los asistentes a echar porras o bailar. Otro con saco en lentejuelas grita “We are back!” (¡estamos de vuelta!). Todos en medio de globos rojos, azules y blancos, o con letras que forman la palabra “USA 47”.
Pero no son los únicos en el sitio. Entre ellos caminan, con paso acelerado, otras personas vestidas de negro y charolas en mano. Su mirada no está en el monitor gigante que transmite la ceremonia desde Washington, sino en los vasos que llevan, los platos que recogen o la cuenta que entregan. Apenas se detienen entre las mesas y asistentes. “Es otro día de trabajo”, me dice uno de ellos.
La Torre Trump en la 5ta avenida de Manhattan, esa mole de casi 60 pisos construida en la década de los 80 como símbolo del poder económico del magnate, muestra en unos cuantos metros cuadrados los mismos contrastes que delinean la vida cotidiana de este país. Ni esta meca del “trumpismo” funciona sin esa fuerza laboral silenciosa que, en el discurso, es tratada como el “peor enemigo”.

Celebran políticas antimigratorias
El anuncio del presidente del reforzamiento de la frontera sur del país y la decisión de “detener toda migración ilegal” fueron dos de las acciones más aplaudidas por los asistentes a esta recepción en la Torre Trump. “¡No los queremos!” “¡Cierren la frontera!”, gritaba un joven desde una mesa de la terraza de la cafetería “Nerolab”.
Minutos más tarde, una pareja que repetía esas consignas se levantaba de la mesa dejando la cuenta firmada con 20 por ciento de propina. La mesera, una chica de tez morena y no más de 1.60 de estatura, se apresuraba a limpiarla en segundos.
Uno de los chicos de la cafetería, que no parece tener más de 25 años, accedió a hablar con Notivox solo en voz baja, pues dice que está prohibido dar cualquier entrevista. “Todos somos migrantes aquí, bueno la mayoría. De Puebla (México) pero también de Venezuela, Guatemala u otros lados… No pagan mucho, pero las propinas son buenas”.
¿Y tienen papeles?, le pregunto. El joven solo esboza una ligera sonrisa.
Puertas cubiertas con cristales esconden los accesos a la cocina del establecimiento. A simple vista pareciera que no hay nada. Pero basta permanecer unos minutos para que los ayudantes y cocineros, todos con rasgos latinos, salgan con alguna charola, cargando una caja o con un artículo de limpieza. Cuando la puerta se abre, las letras de alguna canción en español escapan. Ahí dentro no hay fiesta, porras o notas del “God Bless America”.

En una de las mesas dos seguidores del presidente Trump conversan en inglés sobre las deportaciones que minutos antes acaba de anunciar desde Washington y los rumores de redadas. “Creo que vi una lista de ocho o nueve ciudades en X, está Chicago pero creo que Nueva York también”, refiere uno de ellos.
¿No les da miedo lo de las deportaciones?, le pregunto a la chica que me entrega un café para llevar que acabo de ordenar. “Eso es de políticos, aquí venimos a trabajar”, responde mientras se retira para entregar otra bebida.
Pasadas las dos de la tarde, hora de Nueva York, los festejos y la música al interior del “Trump Grill” en la Torre Trump siguen. La comida llega a las mesas, la bebida corre, y los tragos para los comensales avanzan. En la cafetería la fila crece entre los asistentes y los turistas que demandan una bebida caliente antes de salir de la mole de acero para enfrentar los -7 grados de sensación térmica que ofrece el invierno neoyorquino.
Y detrás de todo ello, los migrantes que mueven esta maquinaria. Pasa en Texas, pasa en California, pasa en Nueva York, y pasa aun dentro de los cuatro muros de este gigante de acero y cristal que lleva el apellido del ahora presidente 47 de los Estados Unidos.
PNMO