Artur Mas jugó a todo o nada y se quedó en medio. El futuro político del que ha sido jefe del Ejecutivo de Cataluña durante los últimos cinco años está en suspenso con el resultado de las elecciones regionales de ayer, que logró convertir en un plebiscito de facto sobre la independencia de España.
Como "padre" de los comicios, reconocidos unánimemente en el país como clave para su futuro y para el de Cataluña, Mas ganó una batalla, pero que vaya a lograr la victoria final no es tan claro.
El plan del líder catalán, el primer jefe del Ejecutivo de la región que plantea su secesión de España, es encabezar un gobierno de concertación que siente las bases para proclamar la secesión en un plazo máximo de año y medio.
Así anunció que haría si en estos comicios el independentismo lograba la mayoría absoluta en el Parlamento catalán. Pero Junts Pel Sí (Juntos por el Sí), la candidatura en la que incluyó a su partido, Convergència, con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y personas procedentes de movimientos civiles secesionistas, ganó los comicios sin llegar a ella.
Para seguir con el plan independentista, la lista de unidad debe contar con la CUP, un partido secesionista y antisistema de izquierdas que no quiso formar parte de ella. La CUP quiere la independencia, de hecho la quiere ya, pero no quiere a Mas.
Pero Mas está en el polo opuesto de la ideología de la CUP.
Al frente de Convergència, su partido liberal, aplicó ajustes ante la crisis económica, muy criticados por el partido de izquierdas. Los recortes le valieron de hecho el sobrenombre de Artur Manostijeras. Además, su formación se está viendo salpicada por escándalos de corrupción.
Artur Mas dijo que si la candidatura de unidad que auspició no ganaba ayer, se retiraría. Pero podría tener que hacerlo aunque haya sido la más votada. Su futuro está en manos de la CUP.
El hombre que ha planteado la mayor amenaza a la unidad de España en sus casi 40 años de democracia no fue siempre un independentista. El secesionismo, de hecho, era para Mas años atrás algo "anticuado, oxidado, frustrante e irresponsable".
Él sitúa el punto de inflexión en junio de 2010, cuando el Tribunal Constitucional español echó abajo artículos clave del nuevo Estatuto de Autonomía —la ley básica de la región— que aumentaban competencias y reconocían a Cataluña como nación.
El azote de la crisis económica alimentó el independentismo, y Mas acabó agarrando las riendas de un proceso hacia la secesión en 2012, luego de que el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, rechazara su petición de obtener un financiamiento preferente para la región de Cataluña. Nacido en 1956 en una familia acomodada y educado en el Liceo francés, terminó Ciencias Económicas y Empresariales en Barcelona en 1974.
Su educación le dio algo que escasea entre los políticos españoles: los idiomas. Además de catalán y castellano, domina el francés y el inglés. Entre sus aficiones está la historia de España y leer a poetas franceses como Baudelaire, Verlaine y Victor Hugo.
Según cuentan compañeros de carrera, lo suyo fueron los estudios y los paseos en yate. La política no parecía importarle y rehuyó los avatares finales de la dictadura y de la transición democrática.
Recién licenciado trabajó en un grupo de producción de material logístico y luego dirigió una sociedad de inversiones.
No fue hasta casi los 30 años cuando se afilió a Convergència, un partido liberal que por décadas no defendió la independencia.
Ahí, hizo carrera ascendente por sus dotes de tecnócrata: de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona a los gobiernos de Jordi Pujol, ahora imputado por haber tenido en paraísos fiscales una fortuna sospechosa de proceder de comisiones ilegales durante sus 23 años al frente del Ejecutivo catalán.
Pujol lo eligió como delfín en el año 2001. Y aunque Artur Mas se ha alejado ahora de él, sigue planeando la duda de cómo no supo nada de los tejemanejes de su mentor habiendo sido consejero de Economía y Finanzas y conseller en cap, una especie de jefe de gobierno.