Dos enormes pinabetes forman la entrada de lo que fue uno de los centros de diversión nocturna más populares del municipio: la Zona de Tolerancia.
Tomando la carretera federal San Pedro - La Cuchilla, se recorren 2.5 kilómetros hasta encontrar esa entrada, a mano derecha circulando de norte a sur al salir de la ciudad sampetrina.

Tiempo atrás, muchos buscaban cariño cruzando esa entrada: en automóvil, motocicleta, bicicleta e incluso a pie, todo con tal de pasar un rato agradable y ser atendidos por las luces y lentejuelas de las “luciérnagas” de la noche, quienes brindaban compañía y placer a quienes lo deseaban.
Pero de ese lugar del deseo, nada queda. El terreno es grande y las estructuras de bares y cantinas se derrumban entre la maleza. Aun así, persiste el recuerdo del olor a tentación, alcohol y cigarrillo, y de noches de baile amenizadas por agrupaciones locales que animaban a los asistentes.
Entre escombro y olvido
El lugar, visible desde la carretera y que alguna vez tentó a muchos a incursionar en sus placeres, quedó en el abandono. Nadie invirtió más en él, y ahora solo es un recuerdo para quienes bailaron, disfrutaron del espectáculo y los placeres carnales.
Al adentrarse en lo que quedó de la Zona de Tolerancia, también conocida como Zona Rosa, Sector Rojo o Zona del Placer, el camino ya no recuerda su antiguo esplendor. Está lleno de escombro, basura y maleza; apenas se distinguen los esqueletos de lo que fueron bares y cantinas.

En ese terreno ronda don J. Paz Chacón, un hombre veterano que cuida una finca vecina.
“Ahí ya no hay nada, todo quedó en el olvido. Aquellos fines de semana nocturnos de luz y sonido se acabaron. De las muchachas que daban cariño a los necesitados, nada se supo”, comenta.
Las fachadas de bares como El Terrazas, El Cactus, El Patio, Piedras Negras, Californias y La Fuente muestran sus nombres casi ilegibles. Todo el terreno, dispuesto en círculo, está lleno de basura y canes que han hecho de la zona su hogar.
La Camelia: el último vedette
Sentado en una vieja banca de piedra y cemento, se encuentra José Paraz, conocido en el mundo del espectáculo nocturno como “La Camelia”. Es el único habitante de estas ruinas y el último vedette de la Zona de Tolerancia.
Con una toalla en la cabeza y las huellas de la edad reflejadas en su rostro, José recuerda su vida entre alegrías momentáneas, tristezas, abusos y violencia.
“No sé quiénes fueron mis padres biológicos. Crecí en la colonia Agua Nueva, con mi papá Julián y mi mamá Paulita. Ya adolescente trabajé en el campo y cuidé ganado, pero siempre supe mis preferencias”, relata.

Comenta que a los 14 años comenzó a trabajar en una cantina de la antigua Zona de Tolerancia y ahí inició en el mundo de la prostitución. Más tarde, cuando la zona se trasladó a la periferia de la ciudad en 1982, continuó ejerciendo el oficio. Emigró a Monterrey, donde combinó su trabajo con espectáculos de vedette, ganándose el apodo de “Irma Serrano” por su habilidad de interpretar a artistas famosas.
En ese ambiente, no todo era diversión: él y las mujeres sufrían abusos de clientes y autoridades. Pese a ello, tuvo muchos clientes influyentes, desde militares y policías hasta políticos, quienes lo preferían por encima de las demás. Hoy vive solo en las ruinas, sin luz ni agua, y sobrevive trabajando en limpieza en una gasolinera cercana.
Cierre por inseguridad
Personas como Juan Lira, quien cuidaba uno de los bares, señalan que la Zona de Tolerancia cerró antes de 2013 debido a la inseguridad que afectaba a la región lagunera. Los propietarios dejaron de invertir ante la falta de ganancias y la extorsión, prefiriendo cerrar sus negocios.
Juan trabajó 25 años en la zona y recuerda a funcionarios, empresarios y políticos disfrutando del espectáculo nocturno. Llegaban mujeres de otras ciudades y los sampetrinos gastaban su dinero entre luces, música y placer.
Aunque algunos habitantes consideran reabrir el lugar como un espacio controlado y alejado de la ciudad, la Zona de Tolerancia parece destinada a seguir derrumbándose, llevándose consigo los recuerdos de noches que ya solo viven en la memoria de quienes las disfrutaron.

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