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Las grandes batallas se definen en el clímax

Dos manifestaciones que de común sólo tuvieron la desorganización y el Ángel de la Independencia como punto de encuentro, así fueron las marchas contra Trump y por los mexicanos.

Y la marcha convocada por #VibraMéxico para protestar por las agresiones continuas de Donald J. Trump —desde hace casi un mes el 45 presidente de Estados Unidos— contra México (en abstracto), y contra los mexicanos, especialmente los que viven y chambean allá (en concreto), falló en el momento climático.

Ya la convocatoria de casi un centenar de organizaciones, escritores e intelectuales había logrado sortear el boicot de los ciberradicales de siempre, y conseguido que unos veinte mil manifestantes pisaran el asfalto de un tramo del Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, hasta llegar al Ángel en un ambiente de fiesta, familiar, con muchos niños y abuelitos, cantando el “Cielito lindo” (segundo Himno Nacional mexicano), presumiendo a sus perros, convirtiendo la caminata desde el Auditorio Nacional hasta la columna de la Independencia en un picnic cívico, en su giornata particolare.

Ya la mayoría de estos veinte mil ciudadanos había logrado opacar con el mantra de ¡México-México!, los pocos gritos disidentes que trataban de jalar agua a su molino, desviando la exigencia primigenia hacia la renuncia del presidente Peña Nieto.

Pero estos veinte mil mexicanos que, obedeciendo a su conciencia, decidieron expresar en las calles su repudio a las políticas xenófobas y “francamente fascistas” del presidente estadunidense, o caminaron muy rápido o calcularon mal el tramo entre la salida y la meta, y llegaron casi una hora antes de lo que estipulaba la convocatoria. Y al llegar al Ángel, paradójicamente, una valla metálica los contuvo metros antes de la escalinata, mirando la parte trasera del monumento. Y ahí se quedaron, pasmados, cantando por momentos, coreando porras a Mexico a ratos, pero esencialmente huérfanos de alguien que recogiera y encauzara tanta indignación nacionalista.

Fue entonces que los ciberradicales de siempre se anotaron un tanto e igualaron los cartones, porque no hubo organización, intelectual o escritor que se atreviera a tomar un micrófono, sacar un megáfono o que ahuecara las manos sobre su boca para convocar a un grito unánime y unitario: “¡Ya basta, Trump!” ¿O qué no se trataba de eso?

Pero las organizaciones, intelectuales y escritores, que lanzaron la piedra que se convirtió en esta pequeña pero significativa avalancha protestataria, escurrieron el bulto a la hora buena, y la masa se descubrió huérfana de líderes. “Qué lástima que aquí no haya una Madonna o una Scarlett Johansson”, se lamentaba una jovencita que se estrenaba en las lides de la protesta pública, aludiendo a la multitudinaria marcha de mujeres en Washington.

Como a la una y media de la tarde, alguien entonó una versión pálida del Himno Nacional. Sin mucha convicción, hubo quienes lo secundaron. Pero la atención de la gente ya estaba dispersa. Y mientras algunos comenzaron a retirarse, otros, confundidos, decidieron esperar a que dieran las dos de la tarde, en espera de algo que le diera un remate más digno a la experiencia. Para cuando el reloj marcó las 14 horas, ya pocos recordaban qué iba a ocurrir en ese momento.

***

Mientras tanto, el verdadero melodrama se vivía del otro lado de Reforma, de cara al Ángel. Por esa parte llegó la otra marcha convocada por #MexicanosUnidos, que del nombre solo tenían lo mexicano, porque la unión brillaba por su ausencia, destacando aquí sí, agresivas pancartas y consignas contra el gobierno federal, reivindicando causas como los 43 de Ayotzinapa o el antigasolinazo.

Venían del Hemiciclo a Juárez y no eran más de dos mil personas, que fueron detenidas por la policía a unos metros del Ángel, para permitir que su convocante más notoria, Isabel Miranda de Wallace, pudiera entrar a la cabeza de la manifestación. Pero el enjambre de reporteros, camarógrafos y fotógrafos, que se arremolinó en torno a la activista, convirtió aquello en un desmadre.

La escolta que protegía a Miranda de Wallace trató de subirla a las escalinatas del Ángel por dos frentes. La marabunta de periodistas no la soltaba. Al final, mientras los reporteros seguían intentando obtener de la señora una declaración original o “exclusiva”, un par de hombres se apostaron detrás de ella y comenzaron a recitar una letanía en su contra. Arreciaron los inexplicables gritos de “¡Asesina, asesina!”.

Entonces, su comitiva salió corriendo intempestivamente hacia un costado del monumento. Cruzaron la calle y se metieron al Sanborns, seguidos por quienes la increpaban y por la jauría de reporteros. Más tarde, Isabel Miranda de Wallace escribiría en su cuenta de Twitter, que decidió retirarse “no por los gritos”, sino porque “había un hombre disfrazado de mujer, armado muy cerca de mi”. A saber. Por lo pronto, el incidente no pasó a mayores.

***

Ante la ausencia de una personalidad o voz fuerte, el grito que dominaba los alrededores del Ángel, bajo los inclementes 22 grados Celsius solares, era el de los mercachifles: “¡Delimónlanieve, lanieve, lanieve, lanieveee...”

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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