Cada vez que visitas Barra de Coyuca, a unos 40 kilómetros de Acapulco, resulta que hay un nuevo hotel, o un nuevo restaurante, construidos frente a ese mar abierto que, en los años setenta, usó el ejército para arrojar, desde helicópteros, a mujeres y hombres que apoyaban a Lucio Cabañas, el maestro rural y guerrillero que tenía su base en aquellas montañas que se observan desde la laguna, donde cada vez que la visitas hay un nuevo lanchero ofreciéndote un recorrido.
“Antes de la pandemia, el metro cuadrado de terreno costaba mil pesos; ahora vale dos mil quinientos”, te dice el encargado del departamento que has rentado por una semana a un costo de 15 mil pesos.
—¿Entonces la pandemia les benefició? —le preguntas.
—Al principio, no. Todo se cerró. Esa chingadera nos asustó a todos. Pero entre que unos nos contagiamos (a mí se me fue el olfato), y entre otros que le perdieron el miedo, para el verano del año pasado fue mejorando la cosa.
Que mejorara la cosa significa que los turistas regresaron. “Eran puras gentes del DF y del Estado de México”, te remarca pero sin queja. Más bien te lo dice para que te sientas como en casa: tú también eres chilango.
“El turista no quiere contagiarse y ahora busca lugares lejos de las gentes”, te dice. “Pero ni en Pie de la Cuesta ni en Barra alcanzaba el hospedaje. Por eso mismo, varias propietarios de casas y departamentos de la zona les dieron una manita de gato y ahora los rentan”.
La hermana del encargado del departamento es dueña de un pequeño restaurante, y ella no cree que esta suerte de boom de Barra de Coyuca se deba solo a que el turista le teme a contagiarse en Acapulco.
“Sin la pavimentación de la avenida principal, a lo mejor otra historia sería”, te dice y te recuerda que fue en septiembre del año pasado cuando se inauguró lo que las autoridades han llamado, pomposamente, Riviera de Coyuca. “Eso, más que nada, le ha dado más seguridad”.
En Barra, dice la mujer y parece que tienen razón, “no roban a nadie. Usted puede dejar la puerta de su casa abierta y nadie va a entrar”.
La seguridad, sin embargo, no la dan ni 10 kilómetros pavimentados ni la confianza. “Barra no es como en Acapulco, donde hay un chingo de grupos; en Barra, y hasta Pie de la Cuesta, nomás hay un jefe, uno que está apalabrado con los militares”, te dice ahora un lanchero. “Por eso en Barra no hay tantos muertos ni violencia como en Acapulco”.
El vínculo entre el narco y la base militar, un hombre dedicado al transporte público te cuenta la historia del Tintorera.
“La Tintorera era el operador de unos militares. Todos sabíamos cómo había pasado de ser taxista a ser el chalán de un capitán. Algo hizo porque lo mataron. Ahora quien cuida la zona es uno que le dicen el Eme Ese o el Eme Ce”, dice.
Y cuidar la zona no solo significa estar atento a que ningún rival entre al territorio; también es controlar a las tienditas donde venden a 60 pesos la bolsita de marihuana y a 50 la de cristal.
El Paraíso. Así le llamó el escritor Carlos Montemayor a toda esta zona en su novela sobre la guerrilla de Lucio Cabañas. El Paraíso. Y tú estás ahí de vacaciones, pese a la tercera ola de contagios.
ledz