En 1981, año en que publicó su primer disco solista, Seré mecánico por ti (Epic), Kiko Veneno, un músico que se mueve entre el flamenco, el rock, la electrónica y otros géneros, se convirtió en una figura fundamental de la Movida Madrileña, ese rico movimiento contracultural surgido en el periodo de transición de la España posfranquista, en el que la cultura tuvo un papel preponderante.
Cuatro décadas después, en plena pandemia, el músico nacido en Figueras, Cataluña, entrega su nuevo disco, Hambre, que es como una secuela de su álbum anterior, Sombrero roto, editado en 2019. Y, de paso, empieza a retomar sus presentaciones en público.
Hambre ha tenido dos caras en este tiempo de pandemia, dice Kiko en entrevista telefónica. “Ha sido algo muy positivo, porque durante el confinamiento a los músicos que no podemos salir nos ha permitido componer y grabar, y eso es lo que hemos hecho. La parte negativa es que no podemos presentar el disco como antes, porque hay muchas limitaciones en las actuaciones. De alguna manera, el proceso cultural, la costumbre de ir a conciertos y tener actividades musicales se truncó en algunas de sus partes y hay muchos problemas laborales”.
Ante la falta de trabajo, agrega el Premio Nacional de Músicas Actuales 2012, “muchos músicos tuvieron que dedicarse a otra cosa. Cambió mucho la dinámica, todo se complicó y se ha vuelto más difícil obtener contratos, además de que muchos se han cancelado. Así que, por una parte, esta pandemia ha sido buena para la creación, porque para ella nos conviene estar retirados y tranquilos, pero quienes hacemos discos no los podemos presentar igual”.
Aunque en el verano regresaron los conciertos a España, las cosas no son como antes. “La mayor parte los hago en lugares muy chicos, porque no se hacen festivales y no hay acceso a recintos grandes. La gente está sentada y separada. Es otro formato, claro, y no puedo presentar los sonidos que yo creé en el disco; bueno, es lo que hay y tenemos que afrontarlo. Por ejemplo, la canción ‘Hambre’ la hago con la guitarrita sola, qué le vamos a hacer. Es un poco triste”.
¿Cómo surgió Hambre, canción que dio título al disco?
Se me ocurrió en un festival benéfico que hace Emilio Aragón cada año para ayudar a una ONG con programas para combatir el hambre en el mundo. Ahí saqué la frase: “No quisiera que hubiera más hambre en el mundo que la que tengo yo de ti”. Me di cuenta de que se trataba de algo más personal, más que una denuncia social —que también la tiene, el hambre de justicia que hay en el mundo—, yo lo expresé a través de la intimidad, de una relación de amor.
“Son días raros, nada está muy claro, todo va a ir muy bien”, dice tu canción, ¿eres optimista?
No soy nada optimista respecto a la humanidad en tanto nos movamos en esta dirección de competición constante, del destrozo del medio ambiente y de los recursos naturales, de la falta de respeto por los derechos humanos o ver el dinero como máximo valor. Estamos dejando atrás la necesidad de vivir con felicidad y no tener la mentalidad de que tenemos que estar todo el día trabajando para comer.
¿Y en el plano personal?
Ahí sí tengo un talante más optimista, porque estoy en la música y me hace sentir bien, y a la gente a mi alrededor. La música intenta ser un oasis dentro de esta situación en la que está el mundo; trata de mostrar que el mundo podría ser de otra manera: más armónico, más erótico, más participativo.
Sin embargo, mucha música es creada solo para el mercado.
En cierta manera, también la dejamos en manos de las máquinas, lo mismo que estamos dejando la tecnología y los medios de comunicación en manos de la publicidad, los algoritmos y el consumo. Las máquinas están colonizando nuestro cerebro. La tecnología está ocupando un lugar muy importante, pero sigo pensando en la tecnología al servicio de las personas, del arte y de la comunicación, no al servicio de un desarrollo que nos conduce a que la gente se esté muriendo de hambre por salir de los países de África y de América Latina, donde muchos de ellos no pueden vivir. Nos estamos convirtiendo en máquinas depredadoras de nosotros mismos. Creemos que somos más que la naturaleza.
¿La música ha cambiado su función social?
Sí. En vez de las canciones que nos hacían ver el mundo de una manera, la música se convirtió en algo menos localizado, menos íntimo, menos personal. Perdió gran parte de su poder en la explosión tan global e igualitaria. Empobreció la música, mensajes locales quedaron sepultados por la onda global.
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Bajo el signo de la fusión
De acuerdo con Kiko Veneno, cuyo signo distintivo es la fusión, “el flamenco es una música que en realidad tiene una enorme capacidad de fusión. A través de un localismo muy andaluz, se ha ido fusionando con música de América a lo largo del siglo XX, lo que lo ha enriquecido. Toda la música es una gran fusión. En mi caso, incluso con el uso de la tecnología en mi música, lo veo como una fusión: estoy incorporando elementos para crear música más humana y liberadora”.
bgpa