En un boxeo contaminado por la lógica de los influencers, las narrativas fabricadas y los cinturones de chocolate, el WBC Boxing Grand Prix llega como un acto casi poético de resistencia. No hay carteleras infladas, ni peleadores de laboratorio. Lo que hay es juventud, hambre y un formato a muerte súbita: pierdes y te vas a casa. Así de simple. Así de brutal.
La tercera etapa de este experimento pugilístico se disputa el 13 de agosto en Arabia Saudita, como parte de la ostentosa Riyadh Season, transmitido en vivo por DAZN. Pero detrás de los reflectores saudíes, lo que realmente late es un proyecto que no había podido nacer… hasta ahora.
El torneo fue concebido hace más de una década por José Sulaimán, histórico presidente del Consejo Mundial de Boxeo, como una plataforma que le diera visibilidad a los boxeadores jóvenes antes de que el sistema los devorara. El tiempo, y su salud, no le alcanzaron. Hoy su hijo, Mauricio Sulaimán, ha retomado el legado con el apoyo del omnipresente Turki Al-Alshikh, asesor real saudí y nuevo zar del deporte global.

El Grand Prix reúne a 128 peleadores de 43 países, divididos en cuatro categorías: pluma, superligero, medio y peso completo. Todos con menos de 15 peleas profesionales, menores de 26 años, combatiendo a seis rounds, bajo la mirada de jueces y referees neutrales. Sin promotores manoseando resultados. Sin red de seguridad.
Para ganar el torneo hay que sobrevivir cinco combates. El premio: más de 200 mil dólares y el prestigioso Trofeo José Sulaimán. Pero para muchos, lo más valioso es algo más intangible: ser visto, ser tomado en cuenta, y en un mundo tan olvidadizo como el del boxeo, eso es casi un milagro.
Tres mexicanos en pie de guerra
En medio de esta carnicería deportiva, tres mexicanos siguen con vida. Tres jóvenes que no llegaron a vender humo, sino a tirar golpes con sentido.
Emiliano Aguillón (20 años, CDMX)
Carismático, callado y clínico, Emiliano tiene un récord profesional de 13-0-1, y una pegada quirúrgica que desarma sin aspavientos. En el Grand Prix ha demostrado que no necesita ruido para hacer temblar la lona. Pelea en las 160 libras y lo hace como si llevara toda la vida ahí, aunque debutó apenas en 2022. A sus 20 años, representa la elegancia del boxeo mexicano bien entrenado, sin poses de TikTok ni falsas narrativas de redención.
Misael Cabrera (25 años, Hermosillo, Sonora)
Es barbero cuando no está boxeando, pero en el ring corta de otra manera. Con un récord de 17-2-1 y 11 nocauts, es un fajador duro, con una escuela de calle y una resistencia que ya quisieran muchos “prospectos”. Superó la segunda etapa del torneo con una decisión unánime que dejó claro que no vino a turistear. No es el más técnico, pero su corazón es del tamaño del país que representa.
Brandon El Perro Mejía (21 años, Estado de México)
El más explosivo del trío. 9 peleas, 9 victorias, 9 nocauts. Puro fuego. Brandon viene de dominar los Nacionales CONADE y de representar a México en selección juvenil. Pero detrás de su pegada hay estrategia: estudia al rival como un cazador. Quiere ser campeón del mundo, sí, pero su objetivo real es convertirse en leyenda.
El mapa está abierto. Pero el terreno es hostil.
Aguillón, Cabrera y Mejía no solo pelean por el trofeo. Pelean contra el olvido, contra la lógica de los rankings amañados, contra el sistema que privilegia al escándalo sobre el talento. Representan a un México que muchas veces queda fuera del foco internacional, y sin embargo sigue generando guerreros como si fuera una fábrica de fuego.
El 13 de agosto sabremos si alguno de ellos avanza a semifinales. Lo que ya sabemos es esto: estos tres no llegaron por invitación, llegaron a fuerza de golpes. Y si alguien los quiere sacar del camino, va a tener que ganárselo round a round. Porque aquí no hay favoritos. Solo sobrevivientes.
MGC