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  • Sebastián Fundora, el campeón de boxeo que creció entre costales, entrenamientos y tamales

  • El joven pugilista no ve al boxeo como solo un deporte, sino como un lenguaje familiar.
Sebastián Fundora, el campeón de boxeo que creció entre costales, entrenamientos y tamales (Instagram @seb_fundora)

Cuando Sebastián Fundora campeón del peso superwelter del CMB, entra al ring, el espectáculo empieza desde que se para derecho. Dos metros de altura. Ochenta pulgadas de alcance. Piernas flacas como vara de bambú, espalda de espantapájaros, y ese aire de niño callado que da miedo solo cuando se suelta a pegar. A simple vista parece el tipo que pelearía con distancia, con jab largo, sin despeinarse. Pero no. Fundora elige lo difícil, lo feo, lo visceral. Le gusta pelear en corto. Donde duele. Donde se demuestra “de qué estás hecho”.

Para él, el boxeo no es sólo un deporte. Es un lenguaje familiar.

Y ahí está la clave. Sebastián no nació boxeador: nació Fundora. Hijo del cubano Freddy y Monique, la mexicana. Ambos boxeadores, ambos decididos a que sus hijos crecieran entre costales, entrenamientos y tamales. Sí, tamales. Porque si algo tiene claro este campeón mundial superwelter, es que no hay gloria que valga si se pierde la raíz. “Hacer tamales me da paz”, explica. Lo repite dos veces. No es chiste, ni una frase prefabricada; es un ritual.

Imagínelo con las manos envueltas en masa, mientras su hermana Gabriela —también boxeadora— ríe, su padre ordena y su madre lo regaña por no comer lo suficiente antes del combate. “Mi mamá es mi mamá. Me dice que coma, que me cuide. Las cosas normales. Solo que su hijo es campeón mundial”.

La historia de Fundora parece escrita por un guionista romántico, pero es real. En 2011, su papá cerró su empresa y se mudó con toda la familia a Coachella, California, para construir un gimnasio-casa, donde todos entrenan, comen y pelean. Donde se cocina el boxeo y los tamales (que obviamente no forman parte habitual del menú).

“Hay muchos sacrificios. Mucho tiempo”, dice sin victimismo. “Toda mi familia ha invertido tiempo. Mucho. Pero estamos juntos”.

Y juntos llegaron hasta aquí. A marzo de 2024, cuando Sebastián sorprendió al mundo al vencer a Tim Tszyu y quedarse con los cinturones WBC y WBO del peso superwelter. Un combate sangriento, técnico y emocional, que lo confirmó como un peleador completo. Y como un hombre de palabra.

Y ahora viene el capítulo dos. “Es un buena pelea. Es una pelea que todos quieren ver. Quieren ver el remate” el 19 de julio en Las Vegas, se medirá por segunda ocasión ante Tim Tszyu. “Listo para una gran pelea para mostrarle a todos que soy un campeón mundial por una razón”.

Porque no hay en él un gramo de arrogancia. Habla con el mismo tono cuando recuerda que perdió ante Brian Mendoza en 2023, como cuando confiesa se siente más cómodo en México que en California. “Sé que soy mexicano. Voy a México, me aman allí. Me siento más cómodo en México. Muchas veces la gente es más amigable. La cultura es real allí. Aquí en California hay muchas vibras diferentes, ¿sabes?”

Y sin embargo, cuando le pregunto si quisiera que su hijo o hija boxeara, responde con ternura brutal: “Todo el mundo tiene sus sueños. Todo el mundo quiere hacer cosas por sí mismos. Si quieren boxear, por supuesto que van a tener que poner mucho trabajo para convertirse en algo en el deporte”.

Ahí está Fundora. Campeón mundial. El tipo que muchos veían como un experimento y que hoy lidera los rankings libra por libra. “Mi vida, para la vida de Sebastián Fundora, es una gran vida para el boxeo”. Un hombre que se planta en el ring como un coloso, pero que vive su día a día como un hermano que hace bromas, como un hijo que escucha a su madre, “Un tipo normal. Llevo mis gafas, me quedo con mi familia, hago muchas bromas, animo a mi hermana, a mi mamá. Me gusta bromear a la gente. Me hace reír. Son las cosas que me gusta hacer. Hago tamales. Cosas simples como eso.” Habla como un ser humano que sabe que el éxito no sirve de nada si no puedes compartirlo con los tuyos.

“A veces pienso que si no estuviera en este deporte, no estaría tan cerca de mi familia”, dice ya casi cerrando la entrevista.

Y ahí se entiende todo.

Fundora no pelea por fama. Ni por dinero. Pelea para seguir estando cerca de su gente. Para honrar el tiempo que le dieron. El tiempo que dejaron en el gimnasio. En el calor de Coachella. En cada bocado de masa, en cada esquina del ring, en cada noche donde la televisión en casa era el altar familiar.

El 19 de julio vuelve a pelear contra Tszyu. Pero más allá del resultado, Sebastián Fundora ya ganó algo que muy pocos campeones logran: ser invencible, sin perder la ternura.


ZZM



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