El escritor George Orwell decía que los Kindred of the Kibbo Kift eran una pandilla de maniacos sexuales. Sex maniacs escribe textualmente en uno de sus artículos. Aunque Orwell era un ensayista que normalmente acertaba en sus pronósticos, incluso cuando escribía novelas, es probable que con los Kindred of the Kibbo Kift se haya equivocado, porque la batalla de aquel grupo civil en la Inglaterra de principios del siglo XX tenía poco de sexual. Su energía colectiva la aplicaban en otro territorio: pretendían salvar a Inglaterra de la depresión y el caos en los que quedó sumida la isla después de la Primera Guerra Mundial y, en todo caso, los extraños Kindred se visualizaban a sí mismos como samuráis espirituales.
¿Quiénes eran los Kindred of the Kibbo Kift? Empecemos por desbrozar el nombre: Kindred es una palabra que designa a los integrantes de una misma familia, y Kibbo Kift es un viejo término inglés que quiere decir “prueba de gran esfuerzo”.
Para empezar con las rarezas de este extraño grupo de jóvenes ingleses, notemos que el acrónimo del nombre del grupo es KKK, exactamente el mismo que tiene la organización ultraderechista Ku Klux Klan, solo que los Kindred eran más bien de izquierda y, a pesar de esto, aceptaban que la prensa de la época abreviara su nombre como KKK.
Los Kindred era un grupo de jóvenes que había detectado que Europa era un continente destruido que buscaba desesperadamente soluciones, y ellos estaban ahí para ofrecerlas. Pero el asunto es que aquello que ofrecían, aquella actitud de samuráis espirituales, era un poco etéreo, bastante excéntrico y estaba muy concentrado en la juventud, aunque alguna vez el escritor H. G. Wells, cuando ya era muy adulto, participó en uno de sus campamentos. Que el adulto del campamento haya sido un escritor de ciencia ficción, como Wells, define perfectamente el marco vital de los Kindred of the Kibbo Kift, que eran una pandilla de raros que, alrededor de 1920, fundaron un grupo de acción pacífica que tenía devoción por la vida al aire libre y un sólido apego a la Tierra, a la naturaleza, a los fundamentos de nuestra especie. La teoría era que, regresando a los fundamentos, se podía hacer un reset a la civilización occidental para que la reconstrucción, después de la Guerra, procurara un mundo nuevo, no como el recién destruido que los había llevado, precisamente, a esa guerra.
Los Kindred se hacían fotografías en la naturaleza, en esas praderas muy verdes que hay en la campiña inglesa pero, sobre todo, se fotografiaban en los espacios emblemáticos que apelaban a la raíz histórica de Inglaterra, como a Stonehenge o Silbury Hill, y lo hacían disfrazados, rigurosamente caracterizados de criaturas de la nueva civilización que, paradójicamente, utilizaba la simbología del mundo antiguo. Los Kindred dejaron una buena cantidad de fotos, que pueden localizarse fácilmente en Google, en las que se les ve solemnemente disfrazados con unas raras capuchas, trajecitos al estilo de Robin Hood y bastones con cabezas labradas de animales, cruces antiguas y unos tótems que ellos mismos labraban pues el trabajo artesanal con la madera era una de sus ocupaciones. Eran una mezcla de arcaicos e hipermodernos que su fundador, John Hargrave, situaba así de manera conceptual:
“El método del Kibbo Kift está basado en un llamado directo a los sentidos, por medio del color, la forma, el sonido y el movimiento, es decir, por todas las formas del simbolismo”.
No es casualidad que esta declaración de Hargrave tenga un inconfundible tufo hippie, pues los Kindred aplicaban el hippismo avant la lettre y fueron, desde luego, una fuerte inspiración para esas parvadas de jovenzuelos, o a veces hasta viejos, que en los años sesenta del siglo pasado proclamaban el Peace & Love, el amor libre, la polipaternidad y la toxicomanía ligera, es decir, la refundación de la sociedad que era, justamente, lo que buscaban, 40 años antes, los Kindred of The Kibbo Kift.
John Hargrave nació en 1894, pasó largas y apasionadas temporadas con los Boy Scouts, pero después de la Primera Guerra la cadena de mando y las excursiones militarizadas por la campiña dejaron de entusiasmarle y decidió que formaría un grupo, que se desplazara por la naturaleza con la destreza de los Scouts, pero sin la odiosa jerarquía, sin el superior de shorts, gorra y silbato que va mangoneando a la tropa, y además con el añadido esotérico de los samuráis espirituales, y con los disfraces y los filones históricos y la confección de tótems en troncos: “Nada —ni una reforma social, ni un discurso filosófico, ni un resurgimiento religioso, ni un experimento educativo— podían haber conseguido lo que esta guerra logró escribir en la vida y en la mente de las personas”; escribió Hargrave.
Leslie Paul, otro de los miembros que también arrojaba teorías, escribió que “la civilización está a punto de morir y el futuro nos pertenece solo a nosotros, los jóvenes, y vamos a construir uno mejor”; y también escribió que los líderes no tienen el valor de abandonar “la civilizada esclavitud mecánica” que los había llevado a la guerra, y que por esto ellos, los Kindred, querían regresar al origen, a los fundamentos de la vida en la naturaleza y a partir de ahí diseñar una fusión estética, política y espiritual que fuera percibida como “una forma de persuasión mágica”. Para lograr esta atractiva mezcolanza y preservar el carácter colectivo que John Hargrave se empeñaba en conservar, se despersonalizaban cambiándose los nombres, sustituyéndolos por la nomenclatura de las fieras, de la fauna y de la flora, con nombres como Águila, Lobo, Nutria, Cuervo, Roble o Jazmín. No deja de ser sintomático que el nombre que eligió Hargrave, el teórico de la igualdad, fue uno compuesto y nada modesto: White Fox, Zorro blanco. Como es evidente los Kindred sentían una fuerte admiración por las tribus originarias de Estados Unidos, y sus creencias y rituales, que practicaban alrededor del fuego en noches escabrosas, eran un pastiche del ocultismo y el gnosticismo del siglo XIX, más un mix de mitología celta, egipcia, india y, por supuesto, de la mitología autóctona de los antiguos moradores de Inglaterra. Como habían dictaminado la muerte civil de la sociedad y luchaban por la abolición del capitalismo victoriano, empezaban sus proyectos desde la base, ellos mismos se hacían sus vestuarios, construían las tiendas donde dormían, se alimentaban de las legumbres que cultivaban, porque eran desde luego vegetarianos y rabiosamente ecologistas, y también eran antiimperialistas e internacionalistas lo cual los hace, como decía hace unos párrafos, una tribu de hipermodernos que, en 1920, ya trabajaban con un pie en el siglo XXI.
Los Kindred vagabundeaban por la campiña y cuando daban con el sitio ideal instalaban su campamento, su poblado portátil, y se ponían a trabajar con la madera, a tocar música o a leer poesía, a intercambiar ideas y conceptos con personajes importantes de la civilización que ya daban por extinguida, como fue el caso de H. G. Wells, que aceptó ir a visitarlos y a enterarse de lo que de verdad pasaba con esa pandilla de sexual maniacs que, cuando llegó a tener cerca de mil integrantes, comenzó a ser observada de cerca por el establishment. El vagabundeo campestre de los Kindred no era propiamente original, estaba fundamentado en esa tradición, muy arraigada en Europa, de los caminantes que se recorrían medio continente, como Nietzsche o Rimbaud, por poner dos sonoros ejemplos, y también en un movimiento alemán, el de los Wandervogel que, a finales del XIX, recorrían su país con un elevado espíritu nacional y que, con el tiempo acabarían contaminados por el nacionalsocialismo que también reivindicaba las bondades de la caminata al aire libre y la conveniencia de hacerlo inflamados de orgullo por la hermosa campiña de su país: algo así como la patriotización del campo. De los Wandervogel los Kindred rescataron la idea de que la mejor comida y el mejor agua tendrían que producir las mejores personas; una idea que en 1920 pasaba por romántica, pero que después de los experimentos eugenésicos nazis y la proclamación de la superioridad de la raza aria, terminó situando a los Kindred, técnicamente una tribu de hippies, en una órbita cercana al fanatismo nacionalista.
En 1929, casi una década después de su fundación, los Kindred ya se habían estructurado a partir de una estricta jerarquía; a contrapelo de las ideas igualitarias de su líder había ya unos cuantos jefes, todos hombres, kinsmen, y ninguna mujer, kinswomen, al mando, lo cual era una contradicción, machista y puritana, que atentaba contra la hipermodernidad de sus inicios. Por otra parte a White Fox, el jefe supremo, se le empezaron a ir las cabras al monte: animado por la amplia base de adeptos que tenía, y por el desconcierto que su movimiento producía en el establishment, comenzó a concebir grandes ofensivas políticas y transformó a los Kindred en un movimiento de acción social, que entre otras cosas proponía que a cada ciudadano se le pagara un dividendo nacional, denominado The Green Shirt Movement for Social Credit (El movimiento de los camisas verdes por el crédito social). Entusiasmado con su talento para la teoría económica, White Fox abandonó el campo y fundó un partido político, The Social Credit Party of Great Britain (El partido del crédito social de Inglaterra), que se deshilachó en 1951, cuando ya solo había unos cuantos de los Kindred of Kibbo Kift en sus filas, resentidos y avejentados, y con el color verde fundacional ya solo conservado en los ladrillos pintados que, como protesta, arrojaba White Fox contra los ventanales del número 10 de Downing Street.