La forma más emblemática en que percibimos el paso del tiempo son los años. Solo un bebé cumple meses, primero en el vientre, luego parido. Más tarde se suma a las filas de quienes cumplen años. Cuando una madre orgullosa responde sobre la edad de su hijo pequeño suele decir, por ejemplo: "Tiene dos años", y luego agrega: "Y va para tres", como si su interlocutor no supiera contar.
A pesar de que nos gustan los números redondos, nadie celebra sus cien o quinientos o mil meses; o sus diez mil o veinte mil días. Ni siquiera estamos conscientes de cuándo se dan tales eventos.
Hoy concebimos el año como el tiempo que tarda la tierra en dar una vuelta al sol y esto equivale a 365 días, cinco horas, 48 minutos y 46 segundos. En otras épocas no podía ser así, pues se creía que el sol giraba en torno a la tierra. De modo que la percepción del ciclo anual tenía que ver con los solsticios. El más importante era el de invierno, pues las noches se iban alargando y la gente podía sospechar que esto continuaría hasta que el sol no saliera más. Se daba entonces un gran festejo cuando se percibía que los días de nuevo comenzaban a crecer. La fiesta era tan importante que alguien decidió incrustar ahí el nacimiento del niño dios.
Si viviéramos en Neptuno, el año sería una medida de tiempo poco útil, pues todos moriríamos antes de cumplir el primero. En cambio, en Mercurio nuestra expectativa de vida sería alrededor de trescientos años. En ese planeta habría un festejo de año nuevo y también una Navidad y un Día de las Madres cada tres meses terrestres, lo cual haría de Mercurio el paraíso de los comerciantes.
Tal como tenemos una escala centígrada y otra kelvin, siendo la primera relativa y la segunda absoluta, podríamos generar un calendario kelvin y ponerlo por encima del gregoriano. Entonces este inminente 31 de diciembre festejaríamos la entrada del año 4,543,345,126, más o menos. O el año 6020 de acuerdo con los creacionistas.
Sea como sea, a las doce de la noche del 31 de diciembre nada ocurrirá de particular en el cosmos. Ni la tierra está en una posición especial ni su inclinación cumple algún ciclo ni su misma rotación marca nada. De acuerdo con los husos horarios, la propia medianoche se festejará en cuarentaiún momentos distintos sin que en ningún sitio sea efectivamente la medianoche.
El mundo se abrazará y se deseará lo mejor, como si de verdad el instante en que se mudan los calendarios cambiara las cosas y la gente amaneciera más joven, más inteligente, más valiente, más hermosa, más magnánima, más sabia, más libre, más sana. Habrá deseos universales de felicidad a pesar de que al menos a doscientos millones de personas les espera el peor año de sus vidas, y a tres mil quinientos millones les espera un 2016 inferior al 2015.
Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.