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José, sin encontrar una razón, aceptó con un gesto de verdad, que implica no saber, la gravedad preñada de María.
En un rincón de su taller sintió la soledad imperiosa y asaz del corazón. Solo él sabía de esa gestación extraña que era crueldad o bondad.
Mientras se oía oír a su mujer, por la ventana abierta entraba el viento y el viento le traía la conjura.
Cuando nació Jesús, en el haber donde comen los bueyes y el jumento, José encontró la claridad oscura.