Hanna Schygulla se está acercando a los 73. Ha cambiado su fría belleza y su esbelto cuerpo deserotizado de sus años de juventud por la rechoncha figura de una señora culta y cálida que ha vivido con intensidad cada segundo de su vida. Tenía unos 20 años cuando conoció en Múnich a Rainer Werner Fassbinder y se incorporó a su grupo de teatro amateur. Fassbinder andaría también por los 20. No tenían ni la menor idea del futuro espléndido que se les venía encima. Schygulla entregó su vida y sus dones como intérprete a Fassbinder. A su paso dejaron siempre la huella de su talento enorme, de su retadora independencia, de su provocadora expresión artística.
Fassbinder murió hace 34 años, el 10 de junio de 1982. Tenía huellas de coca en la nariz y su panza enorme llena de alcohol y pastillas. Para entonces, era una de las figuras más brillantes del Nuevo Cine Alemán, al lado de Volker Schloendorff, Margarethe von Trotta, Wim Wenders. Tal vez el más prolífico de sus directores. Schygulla le había prestado su rostro y su cuerpo perfectos para sus obras más significativas: Effi Briest, Las amargas lágrimas de Petra von Kant, Berlín Alexanderplatz.
Cuando Fassbinder fue hallado sin vida una madrugada, desnudo frente al televisor encendido, con 36 años y 41 películas detrás, realizadas siempre a marchas forzadas, Schygulla no se sentó en la banqueta a llorar su soledad. Se puso a trabajar muy duro con Jean-Luc Godard, Marco Ferreri, Ettore Scola y Andrzej Wajda, entre otros maestros del cine. Hasta se le ocurrió en un momento de encuentro con el absurdo que podría ser una chica Almodóvar. Después de todo, tenía muy presente el día aquel cuando el cineasta manchego se le plantó enfrente para soltarle a bocajarro a modo de presentación: “Yo soy el Fassbinder español”. Se habrá carcajeado para sus adentros.
Hoy día Schygulla sigue trabajando en la televisión, el teatro y el cine, incluidas algunas películas en las que da cuenta de su vida, de su infancia y adolescencia, de su encuentro definitivo con Fassbinder. Con frecuencia explica que su relación con el realizador era la de un genio con su musa. Y sí, así fue, como Marlene Dietrich con Josef von Sternberg.
Fassbinder también anda todavía por ahí. Aunque pensara tal vez que no era para nada querido, se le recuerda a menudo, se le rinden homenajes, se exhiben sus películas y se publican libros sobre su vida y obra.
Entre quienes lo quisieron y admiraron más, el director danés Christian Braad Thomsen armó una película, Amar sin exigencias, en la que mezcla materiales inéditos de Fassbinder, testimonios de sus actrices y actores, de sus colaboradores frecuentes y de sus más cercanos, entre ellos su madre y el propio realizador.
La cinta vagabundea ahora por el ancho circuito de festivales internacionales con los recuerdos de aquellos años, cuando Schygulla y Fassbinder eran dos muchachos rebeldes en ruta hacia la celebridad.
*Profesor-investigador de la UAM-Iztapalapa