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Memorias de un arquitecto

[EL SANTO OFICIO]

Este domingo, el arquitecto, escultor y pintor Teodoro González de León cumple 90 años. Nació en una Ciudad de México pequeña, amable, de aire transparente. Estudió en la Escuela Nacional de Arquitectura y a los 22 años viajó a Francia, donde se encontró con uno de los más grandes arquitectos del siglo XX, Le Corbusier. En una reciente conversación con el cartujo, evocó esta experiencia. Estas son sus palabras:

"La biblioteca de la Escuela Nacional de Arquitectura, en el viejo edificio del siglo XVIII, era enorme. Ahí leí a Le Corbusier. Leí Vers une architecture (Hacia una arquitectura), que fue su libro capital. Me la pasaba viendo sus obras, una por una.

En 1948, con una beca, llegué a París; quería conocer a Le Corbusier, pero la beca era para la Escuela de Bellas Artes. Entré y me salí al primer día. Había un concurso y vi dibujos bien hechos, pero tan viejos que me aterraron; nadie hacía cosas modernas. Pregunté: "¿Puedo cambiar de escuela?" "Usted puede hacer lo que quiera con la beca", me dijeron. "¿Puedo trabajar con Le Corbusier?" "Por supuesto que sí". Ese mismo día, fui al taller de Le Corbusier, en el número 35 de la rue de Sèvres, toqué la puerta, le pedí trabajo y me admitió.

"Era la posguerra y él estaba ocupado con la Unité d'Habitation de Marsella, que se hizo famosísima, es un icono de la arquitectura moderna. En su taller la estaban dibujando, haciendo los planos, yo viví eso. Era muy amable, pero también muy serio, aparentemente distante. No hablaba, todo lo contrario de los maestros que siempre se la pasan diciendo cosas. Entendí que la arquitectura se hace en silencio.

Dos o tres veces por semana, con un mazo de lápices de colores, llegaba a mi mesa, veía lo que estaba haciendo; se quedaba viendo, en ocasiones un cuarto de hora, sin decir nada. Al marcharse, me decía: "Continúe, por favor". No se le había ocurrido nada. Otras veces, con un lápiz marcaba una línea o dibujaba un garabato y me decía: "¿Aquí, por qué no hace esto?", y luego otra vez el silencio.

"Le Corbusier era amable, veía a la cara. Me fue bien con él en el taller. Luego me encomendó un trabajo privado, en su casa (en las dos últimas plantas del edificio Molitor, en la rue Nungesser y Coli), para cambiar los manguetes de las ventanas. Él no había estado en su departamento durante cinco años, se había ido de París. En aquel tiempo las ventanas se hacían de fierro y había que pintarlas constantemente; él las cambió por ventanas de madera. Durante un mes, todos los días yo llegaba a las ocho de la mañana, tenía una mesa chiquita dentro de su taller de pintura. Él ya había corrido su milla diaria y había desayunado. La mañana se la pasaba pintando o escribiendo; yo estaba a un lado, en la mesita, en silencio, haciendo mis dibujos de las ventanas. De repente me decía: "¿Cómo va". Se acercaba, me decía "esto está bien" o "esto cámbielo". Fue una experiencia muy bella estar con él".

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Notivox todos los sábados.
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