Ciudad de México /
A Gilberto
Me acostumbré a ver tus ojos dulces,
tu rostro detenido en los treinta y tres años.
Me mirabas con tus ojos de papel periódico
en blanco y negro;
con el amor que nunca pudiste darme.
Estabas en medio de otros muertos,
surcado de veladoras.
Eras de los desnudos,
esos que se quedan sin nada y son felices.
Dicen que tu cadáver sonreía
(con un tiro de gracia entre los sueños).
Yo no te conocí nunca
pero poblaste mi infancia de ternura
—aunque mi vida sirviera para medir tu muerte—
y aprendí a quererte, tanto,
desde el pequeño retrato
en blanco y negro
desteñido.
AQ